Había una vez un grillo de patas largas y ojos saltones y tiernos, verde como las hojas de un cálido verano. Su nombre era Yaya.
La joven Yaya tenía dos amigas en su vida, la primera era un escorpión rojo azabache de nombre Dodo; y la segunda una hormiga de largas antenas llamada Lala.
Dodo por su naturaleza venenosa siempre le daba malos consejos a la verde Yaya, porque quería verla sufrir, pues envidiaba su estilo de vida y su naturaleza alegre.
Lala, que era una hormiga feliz y sabia, siempre le daba buenos consejos a Yaya, pues no envidiaba nada de ella así como las águilas no envidian a las palomas.
A pesar de que Yaya no era tonta y sabía quién era quién, le gustaba pasar más tiempo con Dodo, porque sabía que su amistad con Lala seria eterna y nada la ponía en peligro y pensaba en su interior que podía cambiar a Dodo, como las gaviotas que se alejan del puerto seguro con la esperanza de que mar adentro tendrán mejor comida.
Además Yaya sentía una extraña necesidad de caerle bien a Dodo, como si su desprecio alimentara su amistad, así como la leña hace crecer el fuego hasta que es incontenible.
Lala, hormiga de gran sabiduría, temerosa de aquella situación le dijo a Yaya estas aladas palabras:
"Andan la envidia y el placer tan juntas de las manos que el sabio se desespera, el malvado se vuelve osado y el feliz se confía"
Y en otra ocasión también dijo la sabia Lala:
"Ten cuidado joven Yaya, el pájaro, incluso cuando anda, se nota que tiene alas, así mismo el escorpión siempre lleva colgando su aguijón"
Y aunque Yaya estaba muy lejos de ser tonta, hay mucha tenacidad en las personas confiadas, así como el león que se pasea por la sabana con trozos de carne colgando de su hocico.
Entonces llegó un invierno en el que la comida escaseaba. Yaya como todo grillo, no se preocupaba de acumular comida sino hasta que empezaba a desaparecer.
Y un día se hallaba Yaya en un momento de gran necesidad y hambre, como el oso que despierta de su oscuro hibernar. Para su fortuna se cruzaron en su camino al mismo tiempo Dodo y Lala.
Viendo su necesidad, Lala, que era amplia en generosidad y una administradora audaz, le ofreció a Yaya regugio y comida por todo el invierno, sin pedir nada a cambio más que su compañía, incluso entre suplicas le pidió que la acompañara.
Dodo, también hambrienta, sintió envidia de la oferta que Lala le ofrecía a Yaya y aunque no tenía nada que ofrecer, le dolía imaginar que su amiga estuviera bien mientras ella pasaba penalidades. Por todo ello le dijo a Lala que la acompañara a su guarida, en donde había acumulado toneladas de comida y que al ser la guarida de un escorpión, era más cálida y grande que la de una hormiga.
Yaya dudo un momento, incluso por un instante sospechó, pero pensó que todo el tiempo que había pasado con Dodo la había cambiado y llegó a la conclusión que incluso si estaba mintiendo siempre podía volver con su amiga Lala.
A pesar de todo lo que la sabia Lala le argumentó para no dejarla ir, al final no hubo forma de disuadirla, como los salmones al final de su vida nadan río arriba para desovar en aguas cálidas.
Finalmente vio partir la hormiga a su tierna amiga, como las hojas que son arrastradas por el viento en pleno otoño naranja, no sin antes decirl lacónicamente:
"Mezcladas andan las cosas: junto a las ortigas nacen las rosas"
Llegó entonces Yaya a la guarida de los escorpiones donde fue devorada por toda la familia de Dodo y nunca más volvió a saltar el confiado grillo.
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