CONTEO MUNDIAL

12 jul 2015

EL GRILLO, EL ESCORPIÓN Y LA HORMIGA




Había una vez un grillo de patas largas y ojos saltones y tiernos, verde como las hojas de un cálido verano. Su nombre era Yaya.

La joven Yaya tenía dos amigas en su vida, la primera era un escorpión rojo azabache de nombre Dodo; y la segunda una hormiga de largas antenas llamada Lala.

Dodo por su naturaleza venenosa siempre le daba malos consejos a la verde Yaya, porque quería verla sufrir, pues envidiaba su estilo de vida y su naturaleza alegre.

Lala, que era una hormiga feliz y sabia, siempre le daba buenos consejos a Yaya, pues no envidiaba nada de ella así como las águilas no envidian a las palomas.

A pesar de que Yaya no era tonta y sabía quién era quién, le gustaba pasar más tiempo con Dodo, porque sabía que su amistad con Lala seria eterna y nada la ponía en peligro y pensaba en su interior que podía cambiar a Dodo, como las gaviotas que se alejan del puerto seguro con la esperanza de que mar adentro tendrán mejor comida.

Además Yaya sentía una extraña necesidad de caerle bien a Dodo, como si su desprecio alimentara su amistad, así como la leña hace crecer el fuego hasta que es incontenible. 

Lala, hormiga de gran sabiduría, temerosa de aquella situación le dijo a Yaya estas aladas palabras: 

"Andan la envidia y el placer tan juntas de las manos que el sabio se desespera, el  malvado se vuelve osado y el feliz se confía"

Y en otra ocasión también dijo la sabia Lala:

"Ten cuidado joven Yaya, el pájaro, incluso cuando anda, se nota que tiene alas, así mismo el escorpión siempre lleva colgando su aguijón"

Y aunque Yaya estaba muy lejos de ser tonta, hay mucha tenacidad en las personas confiadas, así como el león que se pasea por la sabana con trozos de carne colgando de su hocico.

Entonces llegó un invierno en el que la comida escaseaba. Yaya como todo grillo, no se preocupaba de acumular comida sino hasta que empezaba a desaparecer. 

Y un día se hallaba Yaya en un momento de gran necesidad y hambre, como el oso que despierta de su oscuro hibernar. Para su fortuna se cruzaron en su camino al mismo tiempo Dodo y Lala.

Viendo su necesidad, Lala, que era amplia en generosidad y una administradora audaz, le ofreció a Yaya regugio y comida por todo el invierno, sin pedir nada a cambio más que su compañía, incluso entre suplicas le pidió que la acompañara.

Dodo, también hambrienta, sintió envidia de la oferta que Lala le ofrecía a Yaya y aunque no tenía nada que ofrecer, le dolía imaginar que su amiga estuviera bien mientras ella pasaba penalidades. Por todo ello le dijo a Lala que la acompañara a su guarida, en donde había acumulado toneladas de comida y que al ser la guarida de un escorpión, era más cálida y grande que la de una hormiga.

Yaya dudo un momento, incluso por un instante sospechó, pero pensó que todo el tiempo que había pasado con Dodo la había cambiado y llegó a la conclusión que incluso si estaba mintiendo siempre podía volver con su amiga Lala.

A pesar de todo lo que la sabia Lala le argumentó para no dejarla ir, al final no hubo forma de disuadirla, como los salmones al final de su vida nadan río arriba para desovar en aguas cálidas.

Finalmente vio partir la hormiga a su tierna amiga, como las hojas que son arrastradas por el viento en pleno otoño naranja, no sin antes decirl lacónicamente:

"Mezcladas andan las cosas: junto a las ortigas nacen las rosas"

Llegó entonces Yaya a la guarida de los escorpiones donde fue devorada por toda la familia de Dodo y nunca más volvió a saltar el confiado grillo.















10 jul 2015

EL ERMITAÑO Y EL GIGANTE




Había una vez un gigante de mirada triste pero de naturaleza fanfarrona que desarrollo un gustó exagerado por la carne humana
.
Por donde pasaba sembraba la muerte y la destrucción como las langostas que caen sobre el trigo maduro y roen hasta la raíz.

El torpe gigante posee la fuerza de dos toros pero su naturaleza salvaje y primitiva lo convierten en un ser ignorante de las cosas más elementales.

Solo entiende de destrozar y devorar pero desconoce cómo funciona el fuego, el dolor de una enfermedad o porque oscurece todos los días.

Un día, aquel enorme ser se hallaba más hambriento que nunca, como un coyote que recorre el desierto con nocturna desesperación.

Pero se hallaba lejos de cualquier pueblo y la carne de los animales no lograba saciarlo como el oso que se alimenta de frutos mientras los salmones escasean.

De pronto, a lo lejos sus dos enormes ojos divisaron lo que para él era una diminuta casa y fuera de ella un, aún más diminuto, ser humano, quien es un ermitaño que gusta de la soledad.

Ya huele el lobo a su presa, ya diviso el águila a su conejo. El Gigante recorre la distancia entre el diminuto humano y él mostrando el verdadero significado de la premura.

Su enorme mano semejante a la copa de un enorme árbol atrapa al hombre quién ya está a medio camino de su boca, ya levantó la muerte su plateada oz pero demasiado pronto, pues el gigante siente un enorme dolor en su palma y suelta a su víctima. Ha sido mordido, como la rata que estando acorralada se defiende del gato.

El gigante está confundido pues nunca lo han mordido y su dolor se transforma en miedo, aunque se siente mucho más fuerte que cualquier humano o gigante.

Mira nuevamente a su presa mostrándole algo de respeto pero sin abandonar sus ansias asesinas. El hombre, un humilde campesino, comprende rápidamente la situación y decide arriesgarse pues cuando no tienes nada que perder es el momento de arriesgarlo todo.

“escucha con cuidado gigante de pies anchos, hoy aprenderás lo que significa la fuerza”—exclama el hombre y el gigante da un paso hacia atrás.

Es entonces cuando el hombre desesperado por conservar su vida inicia una demostración de fuerza sin precedentes, como el pavo real que extiende su cola para parecer más grande.

El hombre saca de su bolsillo una bolsa de ácido sulfúrico que suele usar para envenenar a las ratas y se dirige a un pequeño estanque dónde cría pescados.

“¿Crees que tus golpes son poderosos? Esto es un golpe”—dice el hombre dando una palmada al agua con su mano derecha mientras con la mano izquierda vertía la bolsa llena de ácido en el estanque. En seguida los cadáveres de los peces comienzan a flotar en la superficie, un pequeño sacrificio si la recompensa es su vida.

El gigante abre sus dos enormes ojos sin dar crédito al poder de semejante golpe capaz de estremecer a los mismos peces que nadan en lo profundo. El coloso de dientes acerados siente deseos de escapar pero su hambre es grande y él ha vencido en otras ocasiones a seres que lo superaban en fuerza.

Sin embargo, el pequeño humano no ha terminado de mostrar todo su poder así que realizó su siguiente movimiento como en una brutal partida de ajedrez.

“mi fuerza es tan grande que solo con tocarte puedo causarte dolor en todo tú cuerpo”—dice el hombre mostrando una valentía impropia en él.

El ermitaño se acerca a una fogata que había encendido apenas un par de horas antes para calentar una olla de agua. Sin que el coloso asesino lo noté, el hombre coge una brasa ardiendo entre sus manos llenas de cayos que pueden resistir la quemadura unos cuantos segundos, los suficientes para que el campesino toque la piel del gigante con su mano ardiente.

El enorme ser se estremece totalmente  y siente un profundo dolor pues su piel tiene la misma sensibilidad que la de los humanos. Cae al piso estremeciéndose de dolor y ve la roja quemadura que el aldeano ha dejado en su piel. Su ignorancia sobre el funcionamiento del fuego es muy profunda como para sospechar algo.

El gigante retorciéndose en el suelo  está completamente derrotado, pero el ermitaño ha ido tan lejos en su engaño que él mismo se ha convencido de su fortaleza. Es entonces, cuando en el colmo de su osadía coge la olla llena de agua caliente y la arroja a la cara del gigante matándolo entre terribles dolores.


Y fue así como el gigante devorador de hombres fue vencido por algo más grande que él, su ignorancia. 

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