El gato, hijo de la noche,
merodeaba bajo el cielo estrellado. Ágiles pasos herían los tejados de barro
mientras el viento arrastraba el olor a leche tibia y a otoño naranja. Blanco
pelaje y ojos rojizos como un atardecer fugaz de verano.
De repente, el gato frena su
andar. Frente a él, imponente como la luna, se encontraba la dama de negro, la
que cruza las fronteras y que tiene las manos manchadas de eternidad, la muerte,
el ángel más fuerte. Sus ojos pueden ver el alma de cualquier ser del universo
solo con posar su mirada aunque sea una sola vez en su rostro.
“hasta aquí llegó tu maullar y tú
caminar nocturno, vendrás a mi morada donde las noches son eternas”
El gato asustado susurra al
viento palabras incomprensibles de un lenguaje olvidado. Le dice a la muerte
que si lo perdona le enseñará tres cosas que no ha visto nunca.
La dama fría se estremece por la curiosidad y le concede tiempo al gato. La muerte pasa su alargado índice por el lomo del animal
provocando el mayor de sus escalofríos similar a un pie sumergido en agua
helada.
El precio fue establecido, el
gato debe mostrarle a la muerte tres cosas que jamás ha visto. Basta con que se
equivoque otra vez y sus maullidos resonaran en la barca de Caronte (el
barquero del inframundo).
El gato astuto y felino que ha
contado infinitas madrugadas cree que hasta la muerte tiene algo que aprender y
ha apostado su vida para probarlo
.
El gato
tienta su suerte al pedirle tiempo al único ángel que no acostumbra a
concederlo, pero su curiosidad es grande y se lo concede.
Minutos después el felino trae en
su boca un objeto con el que piensa pagar su vida, un espejo. La muerte
risueña prepara su oz, ya que no es el primer espejo que ve.
Sin embargo, suelta su letal
herramienta de inmediato pues el espejo le muestra algo que jamás había visto
antes, su reflejo. Unos ojos miel incrustados en un rostro de porcelana con
risos cayendo sobre sus hombros como pétalos de rosa.
El gato recita palabras agudas en la oreja fría de la poderosa señora nocturna:
“Aquí tienes las tres cosas que
nunca has visto mi querida señora. En primer lugar, un espejo hecho con ojos de
otros gatos que cayeron ante ti en heladas madrugadas en el ocaso de sus vidas.
En segundo lugar, tú reflejo
incapaz de verse en ningún objeto hecho por humano o ser divino. Solo a través
de ojos felinos.
Y finalmente, en tercer lugar, tú
propia alma, pues posees unos ojos capaces de ver cualquier alma, incluso la
tuya, pero al no poder ver el reflejo de tú rostro ha permanecido oculta ante
ti como las nubes que a veces esconden la propia luna.
La muerte conmovida se inclina
ante el gato y se pierde en el alba dejando como último recuerdo el brillo del
espejo felino colgando de su pálida mano.
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