El viento frío acariciaba la luna
plateada del séptimo día invernal cuando
dos criaturas hijas de la noche se encontraron.
Un lobo de ojos pálidos y un mago
de oscura cabellera. El pelo gris del licántropo pintaba la noche de melancolía
y soledad.
El mago con su traje escarlata
teñía las plantas con el rojo de mil heridas. Ambos, lobo y hombre se
encontraban en el camino del otro.
El lobo, guardián milenario del
bosque no podía permitir el paso a nadie. Su mirada amarillenta atraviesa al
hechicero con el acero de sus dientes prestos a ser desenfundados.
El mago, de oscura mirada y
domador de la llama secreta, debe pasar por el bosque pero ni siquiera él se
atrevería a desafiar a tan feroz guardián inmune a cualquier hechizo y con un
gusto tan elevado por la sangre.
Solo hay una forma de evitar la
muerte pues desde que el mago entró a donde no pertenece perdió la oportunidad
de escapar. Si quiere que el lobo le permita el paso debe someterse a las
pruebas que el guardián le exija.
El lobo majestuoso levanta su
cara y en un idioma perdido en los anales de la humanidad hace su papel de
esfinge y le pregunta al hechicero:
“Qué es lo que aún no ha sido, que
debe ser, pero cuando lo sea ya no lo será”
El mago recibe las palabras como
el graznar de los cuervos que anuncian la mala hora y dilata las pupilas de los
gentiles. El lobo se acerca cada vez más a él esperando con ansia una respuesta
fallida para dar rienda suelta a su naturaleza salvaje.
“el futuro”
Responde el mago. Algo que aún no
ha sido, que debe ser y cuando lo sea ya no lo será solo puede ser el porvenir. El lobo retrocede en
señal de aprobación pero el paso aún está restringido pues son tres preguntas
las que el peregrino debe responder.
El lobo ágil y elegante da la
espalda al mago mientras susurra unas palabras al viento:
“¿Qué será? ¿Qué puede ser? Que mientras
más grande se hace menos la podemos ver”
El lobo se gira y sus patas dejan
enormes huellas en la húmeda tierra. El mago siente aproximar a la bestia
ansiosa de consumir su carne, casi puede oler su aliento pero no hay forma en
la que el mago no sepa la respuesta pues él nació de ella:
“La oscuridad”—Murmura el hechicero—cuanto más grande se hace menos podemos verla, sobre
todo si está en nuestro interior” añade, esquivando la muerte por segunda vez
pero no es sencillo entrar en lo prohibido así que el lobo guarda todavía una
pregunta.
Nuevamente miro al mago y el
viento arrastro unas palabras que parecieron amargas a los oídos del hechicero:
“es tan pequeña que podrías
rodearla con una mano pero jamás cabrían totalmente en tú bolsillo. Si fueras
al otro extremo del mundo llegaría antes que tú sin tener que moverse, es
fuente de vida y cuando cae al suelo su dueño se estremece”
El temeroso hechicero retrocedió
pues sintió a la señora de manos frías acariciar su rostro sudoroso. El lobo empezó
a moverse sigilosamente hacia él como la lenta caída de los granos en un reloj
de arena que marcan el final de una vida.
Y aunque nadie mejor que los
magos comprenden lo incomprensible, el tiempo se agotaba y todavía no había
respuesta para el acertijo del feroz animal.
Llegada es la hora de la parca y
el festín, ya es abundante la saliva en el hocico del guardián. A penas hay
unos metros entre bestia y presa. El mago cerró los ojos y se arrodilló, no
para facilitar la tarea sino para alcanzar su máxima concentración.
Las palabras del lobo no eran tan
raras, el hechicero aprendió en su camino que las cosas más pequeñas son las
que deciden el destino del mundo y en este caso su vida.
Ya podían oírse los pasos del
silencioso guardián y ya se adivinaba el zarpazo. Pero entonces un grito
profundo pudo oírse en todo el bosque.
“La hoja”—dijo el mago y cuando
abrió los ojos el lobo había desaparecido de la misma forma misteriosa en la que
se había presentado ante él. Eso confirmaba que su respuesta era correcta.
Una sola hoja puede ser rodeada
por una mano, pero todas ellas no cabrían en un bolsillo. Las hojas están en
todas partes por lo que llegarían antes que tú a cualquier lado. Y finalmente,
los sabios más grandes dicen que cuando la hoja cae al suelo, el árbol se
estremece.
De esa forma el mago siguió su
camino y el lobo volvió a cubrirse con
el manto de la noche