Había una vez….
Un reino muy hermoso situado en el lado oeste del mundo, en un lugar en el que el sol brillaba con especial intensidad. Se trataba además de un sitio lleno de jardines donde las flores crecían a su antojo. Aquel paraje parecía sacado del sueño más dulce de la más feliz de las hadas.
Pero además de ser un reino hermoso también era rico, muy rico y su ejército era fuerte y orgulloso. También contaban con los servicios de la que según se decía era la hechicera más fuerte de todo el oeste. Eso convertía al reino del oeste en uno de los más poderosos del mundo, lo cual brindaba seguridad y felicidad a su pueblo.
El Rey era un hombre fuerte y ambicioso pero honesto y amable. Todos lo respetaban y él amaba su reino y todos sus tesoros. Pero había un tesoro en particular del que se sentía especialmente orgulloso, su hija.
Su hija era la princesa Clara. Ella era…, bueno, ¿Cómo describirla con palabras? Era una joven fácil de contemplar y difícil de conocer. Decir que era hermosa sería quedarme corto. La lucha entre el ángel y el demonio estaba expresada de manera matemática en su cuerpo. Era una mujer encantadora y tenía la habilidad casi mágica de hacer que cualquier hombre se enamorase de ella. Hasta la hechicera del reino sentía celos de tal habilidad, pero se preguntaba si era algo que hacia de forma conciente o inconciente.
La princesa solía llevar el pelo muy corto tal como lo llevaban los hombres pero hace varios meses su madre la había presionado para que se lo dejara crecer. Gracias a eso el pelo de la princesa le llegaba hasta los hombros y era del color de las castañas. Sus ojos eran azules y encajaban a la perfección en su cara felina.
Estaba claro que no era una princesa como las demás. Despreciaba la vida de palacio y a sus pomposos pretendientes. Su vida estaba en el mar sobre los navíos reales o en el bosque cabalgando en el lomo de rápidos caballos. También era hábil en el arte de la espada, Actividades que su madre miraba con malos ojos pero que llenaban de orgullo a su padre. Tanto era el amor del Rey por su hija que incluso modifico las leyes para que ella pudiera ser su heredera y reinar cuando él muriera.
El invierno estaba llegando y el naranja rojizo de las hojas dejaba paso al gris oscuro. Llegaban rumores de que otros reinos estaban siendo atacados por criaturas misteriosas, pero en el reino del oeste todo era paz y tranquilidad. Sin embargo, empezaba hacer más frío de lo habitual.
La princesa estaba en la sala del trono mirando las montañas a través de la ventana y soñando con salir a recorrer el bosque, pero debía permanecer en el palacio para asistir al gran baile de invierno que empezaría en un par de horas.
-No importa lo frío que sea el invierno, a veces hay que dejar que entre un poco de aire—dijo la voz firme del Rey.
-¡Padre, has vuelto! Que alegría, por un instante creí que tendría que presidir ese aburrido baile yo sola—exclamo la princesa— ¿Qué tal las cosas en reino del sur?
-Oh, mi pequeña, me temo que el reino del sur ya no existe. Para cuando llegamos la nieve lo había cubierto todo. Solo encontramos escenas macabras y oscuras que espero que tus ojos jamás vean. Pero para resumirlo, donde debía haber personas solo quedaban estatuas de hielo. Parecían vivas pero el brillo de sus ojos había desaparecido.
-¿Quién pudo hacer tal cosa? Es horrible—un escalofrío recorrió a la princesa pensando en la posibilidad de que tal cosa sucediera en el glorioso reino del oeste.
-No sabemos de quien se trata, lo que si sabemos es que no buscaba oro ni riquezas, no se llevo nada. Pero tú no debes preocuparte. Nuestro ejército es fuerte y valiente—dijo el Rey al observar la cara de preocupación de su hija.
-Tenéis razón majestad. Este reino es poderoso y no ha nacido aún ningún ser capaz de destruirlo. Además contamos con una princesa muy fuerte—dijo Laniel, la hechicera, haciendo un guiño de complicidad que hizo sonrojar a la princesa. Acababa de entrar en la sala del trono de la forma silenciosa en la que se mueven los magos—parece que debemos empezar a encender las antorchas más temprano, el invierno está llegando y a partir de ahora las noches empezarán a mostrar su verdadera oscuridad—dijo Laniel, después hizo una reverencia y se marchó.
La princesa admiraba mucho a Laniel porque era una mujer muy fuerte y porque iba a donde quería. De hecho acababa de llegar de un largo viaje como si presintiese que el peligro acechaba al reino. También era una mujer muy hermosa con un largo cabello más oscuro que la noche. Tenía unos ojos de un azul tan profundo que hasta el cielo la envidiaría. Nadie sabe la edad real de los magos pero la hechicera aparentaba menos de treinta. La princesa se sentía muy bien a su lado, como si al mirarla estuviese contemplando la misma luna llena.
Una mañana que se alzaba oscura y fría el Rey pidió a la princesa que entregase personalmente un mensaje al reino vecino. La princesa aceptó enseguida ya que a pesar del frío prefería estar fuera que encerrada en el castillo. Además haría cualquier cosa por complacer a su padre.
El reino vecino no quedaba muy lejos apenas a un par de días a caballo. Era un lugar muy seguro y famoso por su gastronomía. Su padre ni siquiera la había obligado a llevar escolta, eso demostraba su confianza en ella. Lamentablemente, la princesa era un poco despistada y cuando había recorrido la mitad del camino se percató de que había olvidado el mensaje de su padre sobre la mesa.
La angustia la invadió. Su padre le había dicho que era un mensaje urgente y la obligo a marcharse a primera hora. Ella le había fallado pero tal vez aún no fuese demasiado tarde. La princesa dio media vuelta y a una orden suya el caballo relincho y apresuro el paso.
Finalmente, Clara llegó a la frontera de su propio reino y enseguida vio que algo no iba bien. Los soldados que solían guardar las fronteras no estaban y hacía mucho frío, más que en el más frío de los días invernales. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la princesa.
Y las cosas no mejoraron según se fue adentrando en el reino. Pueblos sepultados por la nieve, personas congeladas. Estaba viendo las escenas que su padre el había descrito en el país del sur. Todo tenía que ser una horrible y fría pesadilla. Pero no lo era, estaba de pie en el futuro que tanto tiempo había temido.
Finalmente llegó al castillo y el panorama era devastador. Soldados congelados, todos ellos con la espada en la mano y en posición de batalla. Ninguno de ellos había huido, una muestra de su enorme valor ¿Pero qué clase de ser podría hacer tal cosa? No tuvo que esperar mucho para saber la respuesta.
Atravesó la gran sala del oeste y llegó a la sala del trono donde hacía solo unos días ella y su padre habían estado observando la tímida llegada del invierno. Pero lo que vio le encogió el corazón. Su padre y su madre estaban de pie, ambos con la espada desenfundada y totalmente congelados. Incluso su madre, a pesar de su elegante apariencia mostraba la actitud de una fiera guerrera. Ambos habían presentado batalla.
Y enfrente de ellos se hallaba un horrible monstruo, aquel que sin duda había causado tanto dolor y destrucción. Era un ser espantoso, no tanto por su apariencia sino por sus actos. Tenía la piel de color azul celeste y parecía áspera como una piedra, era como si su piel estuviese hecha de hielo. Sus ojos eran negros y estaban llenos de odio. Su cabello parecía estar marchito y seco como las ramas de un árbol. Era alto y llevaba una armadura gastada. En su mano derecha sostenía de forma amenazadora una espada hecha de hielo.
La princesa no dudo ni un segundo. Al instante desenfundo su espada y se lanzó contra aquella bestia. Ella también lucharía y si hace falta compartiría el destino de los demás soldados y el de sus padres.
Aquel hombre de hielo no se había percatado de la presencia de Clara hasta que tuvo que evitar su ataque, del que escapo por poco. Pronto, ambos cruzaron sus espadas y lucharon con fuerza. La princesa era fuerte pero su espada no. Su hoja se rompió al cabo de unos cuantos golpes justo al chocar con la espada de hielo. El impacto hizo caer a la princesa al suelo y la dejo totalmente indefensa
En cambio la espada que parecía estar hecha de hielo no tenía un rasguño. Parecía estar hecha de un material mucho más fuerte que el acero, tal vez se trataba de algún tipo de arma mágica. El hombre de hielo se acerco hacia la princesa.
Clara cerró los ojos para esperar el golpe final. No sabía cual era el protocolo de la muerte pero pensó que si cerraba los ojos tal vez sufriría menos. Pero pasaron los segundo sin que llegara la estocada final así que abrió los ojos y vio el horrible rostro de la bestia a unos pocos centímetros del suyo. Los dos se miraron de forma extraña. Ella con miedo y él con odio.
-¿Dónde está la bruja?—pregunto el hombre de hielo con una voz gutural.
La princesa se sorprendió. No esperaba que aquel ser pudiera articular palabra. Fue entonces cuando comprendió porque seguía viva. Él quería interrogarla, pero jamás le diría nada.
-¡Mátame! No te diré nada, si me dejas con vida no pararé hasta hacerte pagar lo que has hecho—dijo la princesa mostrando un valor que no creía tener. Ya había perdido a todos y no pensaba permitir que aquel ser lastimase a Laniel, además tampoco sabía donde estaba. Le hubiese gustado ver su rostro antes de morir. Y en ese instante sus deseos se hicieron realidad.
-Aléjate de ella monstruo malvado—grito Laniel, la hermosa hechicera que con un movimiento de su espada lanzo una llama azul al cuerpo del monstruo—no la tocarás.
Las llamas impactaron en el pecho del hombre de hielo y lo lanzaron por los aires. Sin embargo aquella bestia se levanto sin un solo rasguño y se lanzó contra Laniel. La hechicera no paraba de lanzarle llamas azules pero el hombre de hielo las esquivaba o las paraba con su espada.
Finalmente, ambos oponentes cruzaron las espadas. Entonces la princesa pudo ver que Laniel no solo era una gran hechicera sino que también tenía un gran dominio de la espada. Fue capaz de resistir los ataques del hombre de hielo. Ambos parecían tener un poder y una habilidad similar pero entonces sucedió algo terrible. Tal como había sucedido con la espada de la princesa, la espada de Laniel empezó a resquebrajarse hasta que finalmente se rompió.
- Parece que te has vuelto más fuerte—dijo la hechicera mientras observaba como su espada se partía por la mitad.
En ese instante el hombre de hielo aprovecho para herir a la hechicera en el hombro. El impacto fue tan fuerte que lanzó a Laniel por los aires y la dejo en el suelo y totalmente desprotegida. Entonces aquella bestia cogió su espada y se dispuso a darle el golpe final. Ante esa terrible escena la princesa decidió que no podía quedarse mirando como mataban a otro de sus seres queridos así que cogió su espada rota y se interpuso entre el hombre de hielo y la hechicera.
-Apártate niña—le grito el hombre de hielo. Luego ambos se miraron por unos segundos sin saber muy bien que hacer.
Laniel aprovechó ese instante para coger a la princesa y con sus últimas energías realizó un conjuro y ambas desaparecieron ante la atónita e iracunda mirada del hombre de hielo. La princesa vio un enorme brillo que la cegó y cuando recupero su visión pudo ver que se encontraban muy lejos del castillo y de su reino. Habían aparecido en medio de un campo lleno de flores.
-Vaya, parece que escapamos por poco—dijo Laniel mientras se llevaba la mano al hombro y mostraba una mueca de dolor.
-¿Estás bien? Ese monstruo te hirió en el hombro. Esa criatura repugnante ha matado a todos los seres que me importaban y ahora solo me quedas tú—dijo la princesa reprimiendo las lágrimas.
-Tranquila princesa, solo es una herida superficial. Además debes saber que no todo está perdido. Tus padres y la demás gente del reino no están muertos sino congelados. Es una magia muy cruel ya que no solo congela sus cuerpos sino también sus almas. Pero gracias a eso siguen con vida.
En ese momento el sol acabo con el imperio de la noche. La princesa estaba absolutamente agotada pero se sentía mucho mejor al saber que no todo estaba perdido. A su lado, la hechicera Laniel utilizaba su magia para curarse la herida del hombro. Ambas estaban agotadas y aunque Clara intentó preguntarle a la hechicera de que forma podrían descongelar a las personas, estaban tan cansadas que decidieron posponer la conversación y dormir un poco.
Extrañas imágenes aparecían en los sueños de la princesa. Escenas de muerte y el gesto congelado de las personas que más quería en el mundo. Apenas pudo dormir unas pocas horas pero fue suficiente para recuperar toda su energía. Tuvo que esperar unas cuantas horas más hasta que Laniel despertó. Al parecer la hechicera había gastado gran parte de sus fuerzas. Mientras esperaba para hablar con ella, la princesa no dejaba de repasar los sucesos de la noche anterior y había algo que no comprendía, algo que no cuadraba con todo lo sucedido, pero no sabía muy bien que era.
Cuando Laniel finalmente despertó ambas acordaron comer algo antes de entablar cualquier conversación. Las dos se encontraban en una cabaña cerca del lugar en donde se había aparecido. La hechicera conocía el lugar, era uno de sus escondites. No solo tenía un par de literas sino también bastantes provisiones. Después de comer y mientras bebían un te caliente, la princesa hizo la primera de las preguntas que rondaban su cabeza.
-Dime una cosa Laniel, ¿Tú conoces a aquel hombre de hielo?
-No, solo sé que fue él quien acabo con el reino del sur y lo sé porque ha hecho lo mismo con nuestro reino. Por lo que pude ver en nuestra pelea, parece que su espada y su propia piel están cubiertas por el mismo hielo que mantiene congelada a la gente y eso es un gran problema—la princesa miro a Laniel con curiosidad, algo de sus palabras le parecía fuera de lugar pero no sabía qué.
-¿Hielo?, ¿Cómo puede estar hecha esa espada de hielo? Es una espada muy fuerte, fue capaz de romper la mía que estaba hecha de un acero muy resistente y la tuya que es una espada mágica—dijo la princesa con asombro.
-Eso es porque no se trata de un hielo normal. Es hielo mágico, algo así no puede destruirse por las espadas normales ni por la magia. Eso es en parte bueno porque mantendrá con vida a la gente congelada. Pero es muy malo para nosotras porque la única forma de deshacer un hechizo así es matar a quien lo lanzó.
-Pero ¿Cómo mataremos a ese sujeto si su piel y su espada están hechas de ese hielo mágico? Es indestructible—dijo la entristecida princesa.
-Mi querida princesa Clara, no hay nada indestructible en este mundo. La única forma de matar a ese ser es utilizar un arma igual de fuerte a la que él tiene, una capaz de atravesar su piel. Un arma que combine la magia con un elemento capaz de competir en dureza con el hielo mágico. Esa arma existe, se trata de la espada de fuego—dijo Laniel y la cara de la princesa se iluminó de nuevo.
-Entonces aún hay esperanza. Solo tenemos que usar la espada de fuego y…. —la alegría de la princesa desapareció al observar el gesto de preocupación de Laniel— ¿Qué sucede?
-Verás princesa, esa espada se encuentra en el bosque de los espíritus, ellos la guardan. Muchos han intentado conseguir esa espada y ninguno ha vuelto con vida. Ir allí es enfrentarse a la muerte. Mis poderes no sirven en un lugar como ese. Alguien como yo no podría ni siquiera acercarse allí.
-Yo lo haré—Dijo Clara con convicción
-Pero princesa, es muy peligroso—intentó persuadirla Laniel.
-No hay otra opción. Conseguiré esa arma, mataré a esa bestia y rescataré a mis padres. Yo soy la princesa del oeste, este es mi reino, soy yo quien debe hacerlo y nadie más.
Ante la convicción de la princesa Laniel no tuvo otra alternativa que ceder. Así que utilizando sus poderes la llevó lo más cerca que pudo del bosque de los espíritus. Después le dio un gran abrazo a la princesa
-Clara, pequeña Clara, regresa con vida. Quiero decirte que no solo eres mi princesa. Eres una persona a la que aprecio, en mi corazón tu existencia no es pequeña—dijo Laniel con lágrimas en los ojos.
Eso sorprendió mucho a la princesa. Hasta las personas fuertes como Laniel eran capaces de llorar ante la perspectiva de la muerte de un ser querido. “Supongo que eso no es muy esperanzador para mí” pensó Clara.
-Volveré con la espada—dijo la princesa y luego se marchó.
Según las instrucciones de Laniel el bosque se encontraba a un día de camino. Realmente se trataba de un lugar sombrío y poderoso si podía anular la magia de la hechicera a tanta distancia.
Cuando finalmente llegó al bosque pudo ver en la entrada un cartel que decía “la muerte es segura, la vida no”. Un mensaje curioso y poco alentador que daba paso a un espeso y oscuro bosque en el que apenas se aventuraban los rayos del sol.
Pensar que aquel sitio estaba lleno de espíritus era algo angustiante. ¿Qué son los espíritus? ¿Quién sabe? Tal vez los restos de lo que antes fue un ser vivo. Es decir, que estaba caminando en un lugar habitado por muertos. Esa era la sensación de la princesa. Hacía frío y costaba trabajo respirar. No se veían animales ni ningún otro ser vivo, solo arbustos y árboles con poderosos troncos y un silencio desgarrador y junto a un tronco había ¿Un niño?
-Hola princesa, ¿Has venido a jugar conmigo?—pregunto el niño. Parecía tener unos ocho años y era rubio. Su piel era muy pálida y sus ojos no parecían desprender ningún brillo. Es curioso como algo tan inocente como un niño puede ser una visión aterradora en según que circunstancias.
-He venido a por la espada de fuego—dijo la princesa con convicción— ¿Sabes dónde está?
- Dime Clara, ¿Por qué has arriesgado tu vida viniendo aquí a buscar lo que no te pertenece?—dijo el niño. A pesar de su apariencia y de su voz, sus gestos y sus palabras no parecían los de un niño.
La princesa le contó a aquel desconcertante niño todo lo que había sucedido. Le contó como el hombre de hielo había arrasado el reino del sur y el reino del oeste, como había congelado a todos incluyendo a sus padres y que estuvo a punto de matar a Laniel. También le dijo que la hechicera le había contado sobre la existencia de la espada de fuego y que por eso estaba allí, para encontrarla y usarla para romper el hechizo que mantenía congelados a los suyos.
-Es curioso, ¿no te parece?—preguntó el niño
-¿El qué?—preguntó Clara
-Que la persona a la que odias te perdono la vida dos veces, y sin embargo tú quieres un arma para matarla. Y una de las personas a las que amas ha puesto tu vida en peligro enviándote a ti a por la espada, creo que eso es lo que llaman ironía.
La princesa se esforzó en explicarle al niño que las cosas no eran así, pero no pareció prestarle atención, empezó a jugar y a saltar por el tronco, lo cual disgusto mucho a la princesa. Decidió seguir caminando por el bosque para buscar la espada pero no pudo continuar. Los arbustos taparon el camino.
-¡Alto!—dijo el niño—yo seré quien decida si puedes continuar o si por el contrario te quedas a jugar conmigo para siempre—su cara tenía una expresión siniestra que asustó a la princesa.
-Tú, eres un espíritu ¿Verdad?—dijo tímidamente Clara.
-Bueno, parece que te sabes la letra, pero no puedes oír la música. Sí, yo soy algo parecido a lo que los humanos llaman un “espíritu”, uno de los tres que habita en este bosque y mi nombre es Arlen.
-Pequeño Arlen, necesito conseguir esa espada y salvar a mi reino, por favor déjame pasar—suplicó la princesa. Arlen esbozó una sonrisa al oír que lo llamaba “pequeño” ya que de hecho él llevaba en el mundo más de trescientos años.
-Pequeña Clara, no puedo dejarte pasar sin más. La espada que buscas te otorgará un poder capaz de hacer mucho bien o mucho mal. Y aunque veo que eres una persona de buen corazón, no basta con eso. A veces las personas buenas son fácilmente engañadas para cometer actos terribles. Si quieres seguir tu camino y conseguir la espada tendrás que demostrarme que puedes encontrar la verdad en cualquier tipo de circunstancia.
-Y ¿Cómo se supone que voy a demostrar eso?
De repente un destello de luz cegó a la princesa por unos segundos. Cuando recupero la vista vio que frente a ella habían aparecido dos puertas, las dos iguales en todo. Y al lado de cada puerta había un hombre. Ambos hombres eran idénticos e iban vestidos exactamente igual.
-Dos puertas, dos caminos ¿Los ves? ¿A que parecen iguales? Pero no lo son. Una de las puertas te permitirá continuar tu camino en busca de la espada. Pero la otra puerta te lleva directo al infierno. Sí, el infierno existe y está detrás de una de esas puertas—dijo Arlen.
La princesa miro con asombro las dos puertas. Ambas estaban gastadas. Entonces se fijo en los hombres. Eran como dos gotas de agua, era imposible diferenciar uno de otro. Ambos tenían la mirada fija al frente como dos autómatas.
-Ah, y ¿Qué te parecen los guardianes de las puertas? También parecen iguales ¿No? Pero no lo son. Uno de ellos siempre dice la verdad. En cambio el otro siempre miente. Ambos son en sí mismo una lección sobre la vida: “los mentirosos son siempre mentirosos, y aun así pueden parecer honestos”. Tu prueba, mi querida Clara, es saber cual de las dos puertas te lleva al camino que lleva a la espada.
-Pero ¿Cómo se supone que voy a adivinar que puerta es la correcta?—dijo la princesa.
-¿Adivinar? No, yo te he dicho que lo tienes que “saber”. Estoy poniendo a prueba tu sabiduría, solo una persona sabia podrá empuñar la espada de fuego. Pero tranquila, para encontrar la puerta te dejaré que hagas una, y solo una pregunta, la que quieras y a cualquiera de los dos guardianes de las puertas, pero solo una pregunta. Tomate tu tiempo princesa, si fallas irás al infierno. Si rompes las reglas y haces más de una pregunta te quedarás conmigo en este lugar para siempre.
La princesa miro las dos puertas y pensó en el tremendo dilema que tenía que resolver ¿Qué se supone que debía hacer? Podría arriesgarse a cruzar cualquiera de las dos puertas. En ese caso tendría un cincuenta por ciento de posibilidades de acertar. Aunque Arlen dijo que debía “saberlo” no “adivinarlo” y eso sonaba a una de esas reglas que no podía romper.
También podría arriesgarse y preguntarle a alguno de los guardianes cual era la puerta que llevaba a la espada. Pero podía pasar que sin saberlo se lo estuviese preguntando al mentiroso y en ese caso atravesaría la puerta equivocada y caería al infierno.
Que situación tan terrible. La princesa se sentó en medio de las dos puertas y miro a ambos guardianes. Era imposible saber cual de los dos era el mentiroso solo con mirarlos.
Fue entonces cuando la princesa recordó las palabras de Arlen: “los mentirosos son siempre mentirosos, y sin embargo pueden parecer honestos”. Si quería obtener la verdad tenía que pensar y actuar como un mentiroso. Tenía que engañar a ambos guardianes de tal forma que sin importar a quien le preguntase sobre la puerta ambos dieran la misma respuesta. Así, de esa forma podría descartar una de las puertas.
Pero ¿Qué debía preguntar? Miro a izquierda y a derecha una y otra vez observando a aquellos autómatas. Estaba claro que ninguno de ellos era humano, ni siquiera parecían estar vivos, seguro que tampoco podían pensar. Solo estaban programados para cumplir su papel.
Uno dirá siempre la verdad sin importar lo que le pregunten. Pero el otro es un mentiroso e intentará engañarla para que vaya al infierno. Eso quiere decir que pregunte lo que pregunte el mentiroso jamás señalará su propia puerta, quizás podría usar eso contra él.
Entonces la princesa se levantó del suelo y se dirigió al guardián de la izquierda. Lo miro directamente a sus ojos fríos y apagados y luego lanzó su pregunta: “atento guardián, si le pidiese al otro guardián que me señale al mentiroso ¿A quien señalaría?
Arlen miro a la princesa, luego miro al guardián y le ordeno que respondiera. Tal como sospechaba Clara, aquellos guardianes no pensaban, solo respondían a las órdenes de aquel niño.
El guardián de la izquierda, al que la princesa había hecho la pregunta, señalo al guardián de la derecha. Clara observó a los dos guardianes y luego se dirigió a la puerta derecha y la atravesó. No cayó al infierno sino que aún continuaba en el bosque. Se giro y vio que las puertas habían desaparecido. Allí solo quedaba Arlen que la miraba con una sonrisa
Pero ¿Por qué la princesa eligió la puerta del que parecía ser el mentiroso? ¿Se había arriesgado o adivino la puerta correcta? Nada de eso. La princesa supo cual era la puerta. Utilizó su inteligencia para engañar a los guardianes y descubrir que puerta llevaba a la espada mediante la pregunta acertada. La lógica de la princesa fue la siguiente:
“Primera posibilidad, que el guardián de la izquierda sea el mentiroso. Entonces le pido que me diga a quien señalará el otro guardián si le pregunto quién miente. En este caso el mentiroso sabe que el guardián de la derecha es honesto y lo señalará a él. Pero como el guardián de la izquierda es un mentiroso, intentará engañarme, así que mentirá y señalará al guardián de la derecha que es el honesto.”
“Segunda posibilidad, que el guardián de la izquierda sea el honesto. Entonces le pido que me diga a quien señalará el otro guardián si le pregunto quién miente. En este caso el honesto sabe que el guardián de la derecha es un mentiroso y no se autoseñalará a sí mismo sino que mentirá y acabará señalándolo a él. Pero como él es un guardián honesto, no puede mentir, así que se señala a sí mismo.”
Al pensar de esta forma la princesa se dio cuenta de que sin importar a quien le preguntase quien era el mentiroso, en todos los casos el señalado siempre es el honesto ya que el mentiroso jamás se señalará a sí mismo y el honesto jamás engañará a la princesa para que escoja su puerta. Así que lo único que tenía que hacer la princesa era preguntar quien era el mentiroso y esperar para ver quien era el guardián señalado y cruzar su puerta ya que el señalado siempre sería el guardián honesto.
En este caso la princesa le hizo la pregunta al guardián de la izquierda que resultó ser el mentiroso. El guardián de la izquierda sabía que el guardián de la derecha lo señalaría a él. Pero como es un mentiroso, intentó engañar a la princesa señalando al guardián de la derecha que era el honesto. Fue por eso que Clara cruzó la puerta derecha y pudo continuar su camino.
-Muy bien hecho princesa. Has encontrado la verdad incluso en estas circunstancias. Tal vez puedas conseguir la espada después de todo. Aunque no basta con ser sabio y tendrás que pasar las pruebas de otros dos espíritus. De todas formas te felicito. Te dejaré que continúes tu camino, no sin antes darte un consejo: nunca mientas a alguien que confíe en ti, y no confíes en alguien que te mienta—dijo Arlen y luego desapareció de la misma misteriosa forma en que había aparecido, aunque sus palabras aún resonaban en la mente de la princesa.
No había avanzado mucho en su camino cuando encontró al segundo de los espíritus. Se trataba de un hombre alto y moreno de complexión fuerte. Llevaba puesta una fantástica armadura plateada que cubría todo su cuerpo menos la cabeza. Era un hombre de apariencia ruda. Sin mediar palabra aquel hombre desenfundo su espada y se lanzó contra la princesa. Estaba claro que no estaba allí para hablar.
La princesa logro esquivar el primer golpe y rodó por el suelo. Fue entonces cuando vio que por el piso había una gran cantidad de espadas de todas las clases y formas. La princesa cogió la que tenía más cerca y la blandió para hacer frente a su enemigo.
-Ninguna de esas espadas te servirá—dijo el hombre—me llamó Lusen, soy uno de los espíritus de este bosque y uno de los guardianes de la espada de fuego. Se lo que buscas pero lo único que encontrarás es la muerte.
-¿Qué debo hacer para que me dejes pasar?—preguntó la princesa. Tenía la esperanza de que las cosas fueran iguales que con el anterior espíritu, pero pronto descubrió que estaba equivocada.
-Si quieres pasar tienes que derrotarme, pero eso es imposible ¿Quieres saber porque? Mi espada y mi armadura están hechas del acero más fuerte del mundo. Ninguna espada puede igualar su dureza, ni siquiera la espada de fuego. Mi armadura es indestructible, cualquier espada que choque contra ella se romperá sin hacerle ni un solo rasguño. Y aquí vienen las malas noticias. No te dejaré huir, lucharé contigo hasta que mueras. Ese es el modo en el que todos mueren, no con una gran batalla sino con un lamento—luego se puso el yelmo en la cabeza y se dirigió hacia ella.
La princesa se puso en guardia, aunque la situación estuviera en su contra aún no había renunciado a conseguir la espada de fuego, porque eso sería condenar a su familia y a su reino. Pronto ambos contendientes empezaron una terrible lucha en la que la princesa estaba en gran desventaja.
Clara era muy rápida y podía esquivar gran parte de los golpes de Lusen, pero no todos. Y cada vez que su espada se encontraba con la del espíritu acababa rompiéndose, entonces se las arreglaba para coger otra espada y seguía luchando. Pero no podía mantener esa situación por mucho tiempo.
La princesa no solo se defendía sino que también atacaba a Lusen. Sin embargo, eso también era inútil. Todos los golpes que le asestaba no lograban atravesar la armadura, ni siquiera le hacían el más leve rasguño.
Este guardián no tenía nada que ver con Arlen, no era un niño dulce sino un guerrero agresivo que no mostraba ninguna piedad. Costaba moverse en aquel lugar lleno de espadas por el suelo pero la princesa empezaba a pensar que tenía una oportunidad de ganar.
-Vamos princesa, si quieres tener la espada de fuego tienes que ser fuerte y vencerme. Si una persona débil empuñase una espada tan poderosa la perdería ante alguien más fuerte—dijo Lusen.
Esas palabras hicieron pensar a la princesa en la forma de derrotar a Lusen. A lo largo de su combate Clara se dio cuenta de dos cosas muy importantes. La primera, que aquella armadura que llevaba el guardián era muy pesada y que eso hacía que sus movimientos fueran más lentos que los suyos.
La segunda cosa que comprendió Clara es que de todas las espadas que había en ese lugar la única que podía servirle era la que sostenía el propio guardián. Porque si había algo que podía atravesar la armadura más fuerte del mundo eso era la espada más fuerte del mundo.
Pero ¿Cómo podría quitarle la espada? Solo había una forma, tenía que hacer que se cayera al suelo de frente ya que por instinto pondría las dos manos para evitar golpearse la cara, la princesa lo había visto muchas veces en sus entrenamientos de esgrima. Cuando pusiera las dos manos para frenar la caída tendría que soltar la espada.
Con ese plan en su mente la princesa cogió otra espada del suelo y se puso frente a Lusen y le lanzó gran cantidad de golpes. Luego retrocedió poco a poco pero con la vista puesta en él y lo obligo a que la siguiera. Lusen avanzó con furia, concentrándose solo en la princesa y por eso no vio todos los restos de espadas rotas que había en el suelo.
Tal como la princesa había planeado, Lusen cayó al suelo de frente y al hacerlo puso las dos manos para protegerse, entonces soltó la espada, la cual salió despedida y cayó a los pies de la princesa. Ella la recogió, se lanzó contra Lusen y le atravesó el pecho. Después se fue caminando sin mirar atrás. No tenía tiempo para la compasión ni para las lágrimas, todo su Reino estaba congelado.
La princesa siguió caminando por el bosque pero de repente empezó a hacer mucho frío, de ese tipo de frío que te atraviesa la piel y llega hasta los huesos. Según avanzaba vio que la vegetación que la rodeaba desaparecía hasta que llegó a un lugar donde todo estaba muerto, árboles con hojas secas, el verde del suelo ahora era negro. Y a unos diez metros, brillando como una vela en medio de la noche estaba la espada de fuego clavada en una piedra.
La espada estaba envuelta en llamas. Eso sorprendió a la princesa hasta que comprendió que era algo normal en una espada mágica. Junto a la espada había una mujer que llevaba un hermoso vestido negro con numerosos volantes y encajes. Tenía el pelo rojo y largo y sus ojos también eran rojos. No podía ser humana. Era otro de los guardianes y seguro que también le impediría coger la espada.
-Hace tiempo que no venía por aquí—dijo la chica con una voz muy dulce—debes ser una mujer especial.
-¿Quién eres?—preguntó la princesa.
-Soy la que cruza las fronteras, soy aquella con las manos manchadas de eternidad, soy la que viste de negro, la señora de la noche, la mensajera del dolor, la pastora de las almas. Soy la muerte y he venido a por ti—dijo la muerte.
-¿A qué te refieres con que “vienes a por mí? Yo no voy a morir, no puedo morir aún. No se de cómo vas a impedir que coja la espada pero sea lo que sea no funcionará, cogeré la espada y luego me iré—respondió Clara.
-Pobre niña, yo no te voy a impedir que cojas la espada ¿La quieres? Cógela. Pero como sabes es una espada mágica y está hecha de fuego. Y no cualquier fuego sino fuego mágico. En el momento que la toques sus llamas entraran poco a poco en tu cuerpo, eso sucede porque es un arma mágica. Este tipo de armas ponen a prueba a sus dueños. Esa prueba dura veinte segundos pero no hay nadie que haya sobrevivido más de quince. Por eso estoy aquí. He venido a recoger tu alma.
-Pero ¿Tú no eres un guardián? ¿No hay alguna prueba que pueda pasar para conseguir la espada y no morir?—preguntó angustiada la princesa.
-¿Un guardián? Supongo que soy algo así. Pero la verdad es que no estoy aquí para proteger esta espada sino para recoger el alma de los pobres ilusos que como tu han entregado su vida intentando llevársela. La única razón por la que puedes verme es porque este es el bosque de los espíritus, pero no he venido aquí para ponerte a prueba ni para charlar contigo. Has el favor de coger la espada y morir, ¿No es a eso a lo que has venido?—dijo la muerte.
-Pero mis padres, mi reino, Laniel, ellos cuentan conmigo, yo no puedo morir—dijo la princesa entre lágrimas.
-Ah, el reino congelado, pero ¿Cuál de los dos el de oeste o el del sur?
-El del oeste—dijo la princesa. Ya casi había olvidado que había otro reino congelado aparte del suyo. Toda esa gente congelada y pensar que ella iba a morir allí, no podía ser cierto.
-Esos dos reinos son problemáticos. Aquellas personas están vivas y sus almas están congeladas, no puedo llevármelas. La persona que lo hizo posee una magia tremenda. Para eso querías la espada ¿No? Me encantaría dártela, pero el caso es que ni siquiera yo puedo tocarla. De cualquier forma tú ya no tienes ninguna opción. No podrás salir de este bosque sin la espada, esa arma es la única capaz de atravesar la barrera mágica que lo rodea—dijo la muerte.
Se hizo un silencio sepulcral. La princesa miro la espada y miro a la muerte. Luego empezó a caminar hacia la espada, tenía planeado cogerla porque a eso había venido. Su corazón latía muy deprisa. Parecía como si se estuviese quemando por dentro antes incluso de haber cogido la espada.
Cuanto más se acercaba más calor notaba, eso se debía a las llamas que rodeaban al arma. Entonces la princesa se armo de valor y cogió el asa de la espada con las dos Manos y la sacó rápidamente de la piedra. Después empezó a contar, “uno, dos tres…” podía sentir como las llamas atravesaban su piel.
-Trece—dijo la princesa y con un movimiento rápido se acercó hasta donde estaba la muerte y le atravesó el corazón con la espada de fuego. Fue entonces cuando la muerte murió.
Pasaron quince segundos, luego veinte, y luego varios minutos y la princesa no murió. Tampoco estaba sorprendida por ello. Comprendió lo que tenía que hacer desde que la muerte cometió el error de decirle que ni ella misma era capaz de coger la espada. Eso quería decir que tenía en sus manos una espada capaz de vencer a la muerte y si la muerte estaba muerta, entonces no había forma de que ella muriera aunque sostuviera la espada por la eternidad.
Aunque evidentemente la muerte no murió del todo, porque no está muerto lo que puede yacer eternamente. Sin embargo, durante el tiempo que estuvo muerta nadie más podía morir. Durante ese periodo las llamas invadieron a la princesa y se fundieron con su sangre. La espada la acepto como su dueña. Cuando la muerte revivió estaba muy enfadada.
-¿Cómo te has atrevido a matarme mocosa?—gritó la muerte.
La princesa se giro y le lanzó la más cruel de sus miradas, cogió la espada y se la puso en el cuello, luego le dijo con una voz muy fría: “en la inmensidad del tiempo todos estamos muertos”. La muerte la miro con una cara de terror y luego se alejo de Clara todo lo que pudo. La princesa se giro y se fue dejando atrás a la muerte tendida en el suelo y a aquel bosque maldito.
Al salir del bosque la princesa se dio cuenta de que no se encontraba donde se suponía que tenía que estar. No era la misma zona en la que estaba el bosque, ni tampoco donde Laniel la había dejado. Se encontraba cerca de su reino y no estaba sola. Frente a ella el hombre de hielo y Laniel, la hechicera, luchaban de forma feroz.
La hechicera lanzaba rayos azules que una y otra vez rebotaban en el cuerpo del hombre de hielo. Sin pensárselo dos veces, la princesa blandió la espada de fuego y se lanzó de cabeza a la batalla ante el asombro de los dos combatientes. No había tiempo para las palabras ni para las felicitaciones. Laniel retrocedió y dejo que Clara ocupará su sitio en el campo de batalla.
Nuevamente la princesa se enfrentaba a aquel monstruoso hombre de hielo, pero esta vez su espada no se rompería. La espada de hielo y la espada de fuego chocaron con fiereza lanzando destellos con cada impacto. Ninguno de los dos retrocedía.
-¡Apártate!—gruñó el hombre de hielo
-Lo haré cuando hayas muerto. Hoy pagarás por tus pecados y vagarás por el infierno de la mano de la muerte—respondió la princesa.
La espada de fuego era muy poderosa y era capaz de herir la dura piel de su oponente. La princesa era rápida y pudo infligir varias heridas superficiales al hombre de hielo. Pero la pelea era muy igualada ya que el hombre de hielo era más fuerte que la princesa y eso fue decisivo en el combate.
A pesar de que el hombre de hielo tenía varías heridas, aún tenía fuerza para seguir luchando y sus golpes de espada hacían tambalear a la princesa. Y así fue como en una de las embestidas del hombre de hielo la princesa perdió el equilibrio y cayó al suelo de espaldas y la espada de fuego salió disparada de sus manos. Desarmada y en el suelo, la princesa espero la muerte tal como le sucedió en su primer combate con el hombre de hielo.
Nuevamente cerró los ojos para esperar la estocada final pero cuando los volvió a abrir vio al hombre de hielo pasando a su lado y yendo directo hacia Laniel. La hechicera desenfundo su espada pero no sirvió de nada. La espada de hielo rompió la hoja mágica y Laniel cayó de espaldas totalmente desarmada.
-Vamos, ¡Hazlo! Siempre has sido muy hábil haciendo daño a los demás—gritó Laniel
El hombre de hielo se preparó para dar la última estocada pero en ese instante notó como la espada de fuego rozaba su cuello. Detrás de él se encontraba la princesa quien se había abalanzado hacia él cuando vio que Laniel estaba en peligro. Pero Clara no se decidía a matarlo. Desde el principio de esta historia había algo que la atormentaba.
-¡Hazlo princesa! Acaba con él. No hay otra forma de romper el hechizo. Si no lo matas tu reino se quedará congelado para siempre—gritó Laniel.
Las palabras de la hechicera terminaron de convencer a Clara quien cogió el asa de su espada con las dos manos y la dejó caer de forma vertical clavando totalmente la hoja en el corazón de….LANIEL!
-¿Por qué?—dijo la agonizante hechicera antes de morir de forma dramática.
-Nunca mientas a alguien que confíe en ti—dijo Clara.
Junto a la princesa, el hombre de hielo se vio envuelto por una luz intensa que cegó a la princesa. Cuando pudo recuperar la vista vio que el hombre de hielo ya no era de hielo. Era un hombre apuesto, moreno y fuerte. Ya no tenía la piel áspera, ni azul. Tampoco tenía el cabello marchito. Aquel hombre se quito la armadura gastada que llevaba y la princesa pudo ver que su ropa llevaba el símbolo del país del sur.
-uff, por un momento pensé que sería un fiambre. De verdad, pensé que intentarías matarme como antes—dijo aquel hombre
-No hay un antes entre nosotros—dijo la princesa—pero dime, ¿Quién rayos eres?
-De acuerdo, responderé todas tus dudas, pero primero dime, ¿Cómo es que las has matado a ella y no a mí? De verdad, la curiosidad me está devorando por dentro.
-Bueno, a decir verdad hay tres razones por las que me di cuenta de que ella era la mala de esta historia. La primera tiene que ver contigo. Cuando nos encontramos en la sala del trono pudiste matarme. Hace un momento también pudiste matarme y sin embargo no lo hiciste. Entonces empecé a pensar que alguien que ha congelado un país entero no tendría la más mínima misericordia de alguien como yo—dijo la princesa.
-Nunca fue mi intención herirte y eso que no me lo pusiste fácil princesa. ¿Pero solo cambiaste de opinión por eso?—preguntó el hombre.
-Ya te he dicho que hay tres razones. La segunda razón fue el hecho de que nunca utilizaste magia. Eso me choco desde el principio. Se supone que quien congelo ambos reinos poseía una magia muy poderosa pero tú no utilizabas magia ni intentaste congelarnos. En cambio Laniel es una hechicera poderosa. Ella sí intentó congelarte, pero supongo que como eras un hombre de hielo, no funcionó—explicó la princesa.
-Ya veo, pero aún hay una tercera razón, ¿Cuál es?
-Es la razón más importante de todas. Cuando huimos de ti le pregunté a Laniel si te conocía y me dijo que no. Pero lo cierto es que cuando estábamos en la sala del trono ella te dijo “parece que te has vuelto más fuerte”. Al principio no le di importancia, pero hace un momento ella te dijo “siempre has sido muy hábil haciendo daño a los demás”. Eso significa que ella te conocía, lo cual significa que me mintió cuando le pregunté si te conocía—dijo la princesa.
-¿Y?—preguntó el hombre.
-Y nunca debes confiar en alguien que te mienta, porque he aprendido que los mentirosos siempre mienten, no son mentirosos a medias. Ahora es tu turno, ¿Cuál es tu historia?—preguntó la princesa
-Yo me llamo Biller y soy el príncipe del reino del sur, el primero de los reinos congelados. Y tienes razón, esa mujer y yo nos conocíamos. De hecho estábamos prometidos. Pero cuando mi padre se enteró de que Laniel era una hechicera me dijo que rompiera mi compromiso. Yo la quería pero lo nuestro no tenía futuro, así que la deje—dijo Biller.
-Genial, todo este infierno ha sido provocado por un asunto de enamorados. ¿Tienes idea de lo que he tenido que pasar por tu culpa?—exclamo la princesa.
-¡Ey! Por si no te diste cuenta, yo me convertí en un jodido hombre de hielo
-Ah sí, háblame de eso—dijo Clara
-Bien, cuando rompí con Laniel, ella se enfadó un poco y juró vengarse. No le di importancia hasta que un día me levanté y todo el reino estaba congelado. Cogí mi espada mágica y fui a buscarla. Entonces ella intentó congelarme pero mi espada absorbió el hechizo en parte así que no me congele sino que me transforme en hombre de hielo. Ella intentó matarme igualmente pero no pudo y huyó—explico Biller
-Bueno Y ¿Qué hacías en mi reino aquella noche?—preguntó Clara
-Bien, hace un par de meses tu padre visitó mi reino y comprobó los desastres que Laniel había causado. En ese instante nos encontramos e igual que tú, él también intento matarme. De tal palo tal astilla. Sin embargo, al final se calmó y escucho mi historia. Él me dijo que Laniel era la hechicera de su reino y que era muy poderosa. Me dijo que él solo no podía derrotarla así que me pidió ayuda, me dijo que viniera a su reino aquella noche para poder acabar con ella, pero al parecer llegué tarde—se lamento Biller.
-Ahora comprendo porque mi padre me pidió que enviará aquel mensaje al reino vecino. Lo que quería era sacarme del reino mientras se encargaba de Laniel. Tendría que haber confiado más en mí—dijo Clara.
-Sí, bueno, tendrás la oportunidad de echárselo en cara cuando lo veas. Mándale un saludo de mi parte—dijo Biller, luego se giro y empezó a caminar en dirección sur.
-¿Te vas? El hechizo se ha roto ¿Sabes? Ya puedes dejar de comportarte como un hombre de hielo—dijo Clara. Biller se giro de repente y dibujo una sonrisa en su rostro.
-Sabes una cosa princesa, eres la más hermosa y valiente de las mujeres que han intentado matarme—dijo Biller. La princesa se sonrojo y derramo un par de lágrimas, se veía hermosa, parecía una flor empapada por la lluvia.
-Quizás puedas venir al baile de primavera—sugirió Clara mientras se secaba las lágrimas.
-¿Bailas? Que raro, pensaba que las flores solo bailaban con el viento—dijo Biller. Después los dos se miraron largamente y finalmente se fueron sin decirse adiós porque los finales felices son historias sin acabar.
Por cierto, si queréis saber que aspecto tiene la princesa Clara....