“-¿Por qué lloras
pequeña niña?—pregunto el niño de ojos oscuros. Su presencia en aquel lugar, en
aquella noche y en medio de las llamas que quemaban la aldea era todo un
misterio.
-El monstruo…., el monstruo—susurro la niña.
Tenía la cara sucia por el humo y un rasguño poco profundo hecho por unas
garras en el hombro izquierdo. Sus enormes ojos azules tenían un brillo
misterioso en la oscuridad que rivalizaba con el de la luna—el monstruo, ha
matado a mis padres—dijo la niña entre lágrimas.
El niño la tomo entre sus brazos y se la llevo
sin decir ni una sola palabra. Apenas era mayor que ella pero su presencia era
imponente. La niña observo como atravesaron la aldea en llamas. A su paso solo
se observaban cadáveres, mucha sangre y el humo gris cubriendo el cielo
encapotado. También habían algunos soldados que los miraban con asombro pero
ninguno se acercó al joven ni para detenerlo ni para ayudarlo. Los ojos de la
niña empezaron a cerrarse por el cansancio y el dolor.”
Eso era lo único que Laura recordaba de aquella
terrible noche de hace 13 años en la que sus padres murieron destrozados por
una extraña criatura. Ella tenía 7 años cuando todo ocurrió pero recordaba
algunas cosas de esa noche.
Todavía tenía en su hombro izquierdo la marca de aquellas garras. Una cicatriz que no cesaba de doler, una marca causada por el odio puro de un ser convocado con magia negra.
¿Qué sería de aquel niño que la salvo?
Recordaba la oscuridad de sus ojos y como la hizo sentir segura incluso en
medio del fuego. Aquel recuerdo la reconfortaba y le hacía pensar que vivir en
medio del dolor tiene su misterioso valor.
Desde entonces vivió con unos humildes aldeanos
que cuidaron de ella hasta que la muerte los alcanzó. A sus 20 años Laura era
una superviviente pura como los brotes verdes que surgen de las
cenizas. La marca de su pasado la atormentaba por las noches cuando veía
aquella cicatriz en su cuerpo desnudo.
Ella vivía con humildad dentro de un reino ostentoso,
pero el dinero no puede comprar la seguridad ni mucho menos la felicidad, así
como el oro no alimenta al naufrago.
Sobre aquella criatura recordaba que era un ser
espantoso y con una fuerza devastadora. Muchos guerreros intentaron darle caza
pero jamás volvieron y en el reino siempre flotaba un hedor a sangre que
dificultaba la respiración.
Incluso los hijos del Rey habían muerto
intentando aniquilar a la bestia. Ya solo quedaba el hijo menor pero el Rey le
impedía salir tras la bestia porque su muerte pondría fin a su linaje.
Pero la voluntad de los jóvenes es poderosa y
el príncipe pronto partió tras la criatura y el pueblo coreaba su nombre como
los pájaros que le cantan al rocío.
Que vidas más opuestas, uno de ellos huía del
dolor y del pasado mientras que el otro corría en su búsqueda.
Fue así que una mañana otoñal de octubre dos
hombres a caballo llegaron a la humilde casa en la que vivía Laura.
La joven se sorprendió al ver a los dos hombres
montados en los hermosos corceles. Uno de ellos era claramente un caballero.
Llevaba una argéntea armadura con los símbolos del Reino. Tenía una magnifica
lanza y un enorme escudo que parecía ser de plata. Incluso entre la nobleza es
difícil encontrar un caballero con tales armas y semejante corcel.
El otro hombre debía ser su escudero. Iba
montado en un caballo negro y de piernas robustas. También tenía una armadura
pero mucho menos imponente. Su armadura carecía de brillo pero era resistente,
tal vez era de alguna aleación con el hierro. Llevaba una espada con una vaina
sencilla. Laura notó que el joven no tenía escudo. Era raro, lo normal es que
un escudero tenga escudo.
-Sé que estás sorprendida por vernos aquí pero
enseguida lo entenderás. Yo soy el príncipe Arlen, heredero del trono de este
reino. El que me acompaña es mi escudero, y se llama Fenaquita.
Laura miro sorprendida a sus dos invitados. El
príncipe era alto y apuesto. Tenía el pelo castaño, los ojos oscuros y su piel
era blanca. Su escudero apenas era más alto que ella y tenía una cicatriz que
le cruzaba la ceja y el ojo izquierdo. Sus ojos también eran negros así como su
pelo. Era de tez morena, seguramente era extranjero porque no había mucha gente
así en el reino.
-Yo me llamo….
-Laura—la interrumpió el príncipe—te hemos
estado buscando. Te hemos estado buscando.
-¿A mí? ¿Por qué?—dijo la joven con
preocupación.
- Eres de esas personas a las que les pasa
cosas malas y que no pueden huir de su destino. Pero qué te parece si en vez de
huir lo enfrentas—dijo el Príncipe Arlen
-yo, no entiendo….-balbuceo la joven
- Llevamos algo de tiempo buscando alguien como
tú. Una persona que hubiese sido atacada por la bestia que asedia este reino y
que hubiera sobrevivido. Eres única y te necesitamos—comentó el príncipe.
-yo no diría que soy tan especial, pero admito
que aquella noche tuve suerte. De todas formas ¿Cómo podría ayudarles? No
sé por qué sobreviví. No soy especialmente fuerte ni uso la magia, solo soy una
aldeana normal—explicó la joven.
-Definitivamente estás muy lejos de ser normal,
eres única entre millones, como una rosa nacida sin espinas o el primer beso de
amor verdadero.
-Yo no sé nada acerca de cazar bestias—comento
la joven nerviosa.
-Sabemos que fuiste herida en el hombro y tienes una herida que no cicatriza, ¿verdad? Eso se
debe a que fue hecha por un ser creado por la magia negra. Esas heridas dejan
una huella. Mientras ese ser exista tu dolor no desaparecerá. Esas heridas
funcionan de una forma macabra. Cuanto más te acercas al ser que te hirió más
revives el dolor que te causo. Es solo un recuerdo pero puedes sentir su
presencia. No queríamos recurrir a ti pero no encontramos a nadie más. Si nos
acompañas te recompensaremos. Naturalmente no estás obligada a venir pero tu
ayuda sería de mucho valor para nosotros—explicó el príncipe.
La joven proceso las palabras de su
interlocutor pensando en que no existía recompensa posible que la motivara a
emprender semejante aventura.
-También está la venganza—dijo el escudero,
quien por primera vez había abierto la boca desde que se habían
encontrado—aquel ser ha traído mucho sufrimiento a este reino, no hay
suficiente dolor el infierno que compensé eso pero devolverlo allí sería
un inicio. Ojala no te hubieras visto envuelta en esto nunca, pero es posible
que la salvación solo llegue cuando caemos. Joven Laura, ya ha muerto mucha
gente, personas a las que amábamos, ¿no quisieras que ese dolor se detuviera? Entiendo
que no quieras acompañarnos pero cuando recuerdes este momento quiero que no
olvides lo que te voy a decir, las cosas nunca se quedan para siempre como
están. Si quieres hacer algo para cambiarlas te esperamos en la posada
del pueblo, estaremos allí un día y al amanecer partiremos—agregó Fenaquita, el
escudero del príncipe.
Laura miro al escudero y noto su dolor. Se
preguntaba a cuanta gente habrían visto morir sus ojos negros y comprendió que
en el mundo existía más gente que debía cargar con un pasado.
Los hombres se fueron y ella se quedó pensando
en qué lugar debía morir y cuándo, ya que esas eran las verdaderas preguntas.
La bestia seguía rondando el reino y era solo cuestión de tiempo que se
volvieran a encontrar. Pero una cosa es pensar en la muerte y otra es correr a
buscarla.
El alba del siguiente día llegó y el
príncipe y su escudero se preparaban para partir cuando a lo lejos
vieron la silueta de Laura que se dirigía hacia ellos. Llevaba una especie de
saco con provisiones. Venía vestida como una viajera con una capucha y una
túnica. Era evidente que había aceptado acompañarlos. Se saludaron y luego
partieron en silencio a las profundidades del bosque.
El príncipe siempre estaba vigilando a su
alrededor y nunca descargaba su espada. En cambio su escudero parecía tener una
extraña tranquilidad, como la de aquel que no tiene nada que perder.
-Dime una cosa escudero, ¿Dónde está tú
escudo?—pregunto la joven. La noche era fría y oscura y quería distraerse con
una conversación.
- ¿Quieres saber dónde está mi escudo? Yo soy
él escudo—comentó Fenaquita.
-No lo comprendo del todo—dijo Laura y sus ojos
azules brillaban especialmente ante las llamas de la hoguera.
-Es porque no estás habituada a las armas y a
la lucha. La bestia es muy grande y rápida. Llevar un escudo haría que
mis movimientos fueran lentos. Además los escudos son para defenderse pero
nosotros hemos venido a atacar. Por cierto, debí darte esto cuando dejamos el
pueblo, toma—dijo el escudero mientras sacaba una espada de su túnica y se la
daba a la chica—la necesitarás—comentó.
Era una espada larga, probablemente estaba
hecha de acero aunque parecía algo gastada. No era muy pesada, mucho menos que
las hachas que ella acostumbraba a utilizar para la leña.
-Pero yo no sé luchar—dijo Laura
-Sé que estás asustada pero te diré lo que mi
padre solía decir, “haz siempre lo que temas”—dijo el escudero, luego se adentró
en el bosque en busca de leña.
El príncipe noto la cara de preocupación de
Laura al ver alejarse a Fenaquita
-No te sientas mal. Él no acostumbra a mantener
largas conversaciones con nadie. Pero es un gran guerrero como su padre. Jamás
te lo dirá pero daría la vida por protegerte a ti o cualquier otra persona de
su reino—comento el príncipe Arlen.
-Dime una cosa, la bestia mató a su padre,
¿verdad?—preguntó Laura
-Sí. Su padre era el mejor guerrero que ha
visto este reino. Cuando la bestia apareció hace 13 años, era obvio que iría en
su búsqueda. Pero murió cuando Fenaquita era solo un niño—contó Arlen.
“Venganza” eran las palabras que el escudero
había mencionado, ahora lo entendía. Los padres de Laura también habían sido
asesinados por la bestia. Laura nunca había pensado en la venganza pero en el
fondo de su ser fueron los deseos de venganza los que le impulsaron a acompañar
al príncipe y su escudero. Odiaba profundamente a esa bestia por haber matado a
sus seres queridos y porque la obligo a vivir con el miedo y el dolor.
Se desconoce con certeza el origen de la bestia,
pero está claro que la magia negra tuvo algo que ver. Convocar a un ser así
requiere el sacrificio de seres inocentes. Se trata de un hechizo o una
maldición que no cualquier brujo podría conseguir. Laura lo había visto. A
veces recordaba cosas sobre aquella noche. Otras veces tenía sueños muy reales
sobre ese día. Aunque era una niña en aquel entonces, supo el alcance del
terrible villano.
Estuvo lloviendo durante la semana y los
ánimos del príncipe y de Laura estaban muy bajos. El único que conservaba
la misma expresión de fuerza en su cara y los mismos ojos oscuros era el
escudero. La chica no podía ocultar su interés por Fenaquita. Le sorprendía su
fuerza a pesar de que era imposible que no lo estuviera pasando mal. Su fuerza
parecía provenir de una fuente diferente a la de ellos. No era el valor, no era
el miedo ni las ganas de hacer justicia, no, se trataba de otra cosa. Su
motivación era el odio. Cualquiera podía verlo.
Una tarde, de pronto, dejo de llover. Laura
empezó a reír, el príncipe descargó su escudo y su lanza y
Fenaquita desenfundó su espada. La joven y Arlen lo miraron sorprendidos.
-¡EN PIE!—gritó el escudero
Los dos se miraron sorprendidos. De repente, de
los arbustos saltó un enorme lobo negro con las fauces abiertas de par en par y
se lanzó sobre el príncipe. Con una rápida patada, Fenaquita le rompió el
cuello. La cara de sorpresa del príncipe se transformó en cara de horror y lo
mismo le sucedió a la chica.
Otro lobo saltó sobre el príncipe Arlen pero
nuevamente Fenaquita con un rápido movimiento de su espada aparto el peligro y
le cortó la garganta al animal. Otros tres lobos salieron de los arbustos y los
rodearon.
-¡Levántate niña!—gritó el escudero
Pero Laura estaba tan asustada que apenas se
movía. El príncipe se puso delante de ella con su escudo para protegerla y
logro parar el ataque de uno de los lobos. Fenaquita atravesó a uno de
los lobos con la lanza. Al ver esto, los otros dos lobos huyeron como si
comprendieran la superioridad de su enemigo.
Fenaquita se dirigió hacia donde estaba Laura.
Ella estaba como paralizada y empapada en lágrimas.
-Sé que no querías venir aquí, pero aquí estás,
en este lugar tan lleno de peligros que no es sino una pequeña parte de este
mundo. Te estás acostumbrando a ser rescatada y no es una buena idea porque
puede llegar el día en que no quede nadie para rescatarte—explicó el escudero
.
Las palabras de Fenaquita la sacaron de su
parálisis. Le dolió lo que le dijo pero no porque lo hubiera dicho de mala
manera o porque creyera que estaba equivocado sino porque sentía que lo estaba
defraudando y hace mucho tiempo que su opinión sobre ella le importaba mucho
.
Por fin llegó la noche y todos pudieron dormir,
menos el escudero que debía hacer la guardia aquella noche. Los sueños de Laura
eran raros y llenos de monstruos y seres extraños.
En uno de esos sueños Laura se encontraba en un
lugar muy familiar para ella. Veía casas de madera con techos de paja y
caminaba sobre calles empedradas, conocía aquel sitio, era su pueblo antes de
que la bestia lo arrasara. Ella estaba allí, se veía a ella misma como si fuera
una espectadora. Solo era una niña con la cara sucia y el vestido remendado.
Llevaba una especie de muñeca de trapo en la mano.
Definitivamente era ella y no iba sola. A
su lado estaba un niño a penas un poco mayor que ella. No podía ver con
claridad su cara pero reconoció su mirada. Era el niño que la había tomado en
brazos sacándola de aquel lugar en llamas hace trece años. El niño iba vestido
como si fuera un guerrero. Tenía una cota de malla y una pequeña espada.
Definitivamente era el niño de aquella noche.
Laura tuvo la misma sensación de entonces. Estaba
segura estando a su lado. Pero a diferencia de aquella fatídica noche, el niño
no estaba serio sino que sonreía. Y de repente empezó a percibir sonidos.
Primero ruidos lejanos como si se estuviera tapando los oídos con las manos y
luego unas palabras.
-Me gustan las espadas, cuando crezca voy a ser
un guerrero temible—dijo el niño mientras desenfundaba con rapidez su espada
que al parecer era real ya que su peso lo hizo tambalearse por un momento. La
niña lo miro sorprendida como si estuviera observando al más bravo de los
guerreros—Y tú, ¿Qué quieres hacer cuando crezcas?—peguntó con seguridad el
niño.
Los ojos de la niña se iluminaron volviéndose
de un azul más profundo que el cielo. Luego dio un salto y una voltereta. Miro
la sorprendida cara del niño y con una sonrisa de oreja a oreja dijo “quiero
ser bailarina”
-Pensaba que las flores solo bailaban con el
viento—dijo la voz grave de un hombre
Los dos niños se giraron y observaron al
hombre. El niño corrió a abrazarlo. Era un hombre grande con pelo castaño y una
barba del mismo color. Llevaba puesta una hermosa armadura dorada y en el cinto
tenía una enorme espada con una vaina morada. Pero lo más importante es que
llevaba puesta una corona dorada adornada con joyas, no había duda de que debía
ser el Rey.
Entonces una mujer y un hombre que iban
vestidos de forma humilde cogieron a la niña y los tres se postraron ante el
hombre así como muchos otros aldeanos que estaban en el lugar. El Rey esbozo
una gran sonrisa y abrió la boca pero antes que pudiera decir nada se escuchó
una enorme explosión.
Los aldeanos pusieron cara de terror. Se vio el
fuego en algunas casas. El Rey desenfundo su espada y cogió al niño del brazo.
Muchos soldados aparecieron y se dirigieron junto con el Rey al lugar de donde
provenía el fuego. La gente empezó a correr aterrorizada el hombre y la mujer
que se habían postrado ante el Rey cogieron a la niña de un brazo y de
repente se empezaron a oír gritos aterradores, uno de ellos fue tan
escalofriante que despertó a Laura. Se levantó bañada en sudor y muy agitada
preguntándose si lo que había visto era una simple pesadilla o un recuerdo.
¿Quién era ese niño? Aquel hombre parecía ser
el Rey. Lloró al darse cuenta que las personas que se la llevaron cuando el
fuego empezó eran sus padres. Acababa de recuperar un recuerdo muy claro de
aquella terrible noche de hace 13 años. Hasta entonces su único recuerdo claro
de esa noche era aquel niño preguntándole porque lloraba y llevándosela en
brazos ante la atenta mirada de todo el pueblo.
Laura estaba muy agitada. Miro a su alrededor y
vio al príncipe durmiendo recostado contra un árbol y en otro árbol
encontró la mirada de Fenaquita posándose sobre ella sin apenas
parpadear. Al principio se asustó un poco, pero luego sintió una extraña
tranquilidad. Los dos se miraron fijamente por unos cuantos segundos que parecieron
horas. Después la joven se recostó nuevamente pero ya no pudo dormir más.
Su viaje había comenzado al principio de
octubre y el día veinticuatro de dicho mes había llegado con un aire
frío. Debían terminar la misión cuanto antes o el invierno podría devorarlos
con más rapidez que cualquier otra bestia.
En todo el tiempo que llevaban en el bosque no
había encontrado el más mínimo rastro de la bestia. La herida de Laura tampoco
había dado muestras de dolerle mucho más de lo habitual. Los días se
volvían grises y poco a poco, oscuros. Tal vez parezca que llevaban mucho
tiempo buscando pero el hecho es que el bosque era enorme, casi tan grande
como un reino entero.
Laura no dejaba de asombrarse de su inmensidad.
Había árboles cuya punta no llegaba a verse. El grosor de su tronco
y su largo tallo significaba que algunos de ellos tenían cientos de años de
antigüedad. En su aldea no habían árboles así. Los animales también
parecían mucho más grandes y feroces de lo normal. Era como una versión salvaje
de su hogar.
El terreno se volvía cada vez más hostil según
avanzaban. Había enormes barrancos y el camino del bosque se empezaba a llenar
de maleza. Es como si se adentraran a donde nadie más se hubiese adentrado
jamás. Tenían que abrirse camino con las espadas, incluso la joven de
ojos azules tuvo que aplicarse en esa labor. Indudablemente la senda se volvió
peligrosa.
Había agujeros por todas partes que estaban
ocultos por la hierba como si fueran trampas mortales. Laura estuvo a punto de
caer por uno de ellos pero el escudero la sostuvo de un brazo en el último
momento aumentando su deuda con él. Esta vez no le dijo nada y su mirada de
odio pareció ser de ternura por unos instantes. Quizás se compadeció al verla
al borde de la muerte.
A pesar del peligro, del clima y del poco
alimento, Laura estaba feliz. Desde que sus padres adoptivos murieron había
estado sola, concentrada únicamente en permanecer viva. Pero ahora tenía
compañía y formaba parte de algo, tenía una misión. Se sentía mal porque de
momento había sido más una carga que una ayuda pero ya se había acostumbrado a
la presencia de los dos jóvenes, en especial del escudero.
El problema era el miedo que sentía, tan
natural en los humanos. Ese temor la paralizaba y no podía reaccionar ni
siquiera para huir. A pesar de que Fenaquita le dijo que no siempre la iban a
rescatar, lo cierto es que tanto él como el príncipe siempre habían estado allí
para ayudarla. En el fondo deseaba que su viaje no terminara nunca para no
volver a su soledad, nadie la rescataba en su vida normal, tenía que
arreglárselas sola. Pero el viaje se endureció y pronto descubrió que tendría
que aprender a luchar.
Como los ataques de bestias salvajes
aumentaron, el príncipe y el escudero estuvieron de acuerdo en enseñar a luchar
a la joven. Ella tampoco puso reparos, aunque le asustaba un poco la
idea. No se veía a sí misma empuñando un arma a pesar de que muchas veces lo
deseo y siempre quiso ser más fuerte. Ella siempre había tenido la idea
de que siendo más fuerte podría defenderse a sí misma y lo más importante,
defender a los demás.
En el fondo quería ser como aquel niño que la
tomo en sus brazos aquella noche ante la mirada sorprendida y aterrorizada de
todos los demás. Ojalá ella tuviera la fortaleza que le permitió a aquel niño
caminar entre las llamas protegiendo a otra persona y andando con esa
tranquilidad cuando todo a su alrededor se derrumbaba. Ella sentía que aquel
niño la había rescatado esa noche. Solo era una niña que había visto morir a
sus padres. Aquella noche se había quedado paralizada y con los ojos
húmedos. Fue la voz del niño y su calidez lo que la saco de su trance.
Además la había llevado a un lugar seguro con nuevos padres. Le ofreció una
nueva oportunidad en la vida. Ella quería ser fuerte y proteger a alguien de la
misma forma que ella fue protegida esa noche.
El recuerdo de aquel niño también la había
mantenido con vida. Se preguntaba quién era y qué hacía allí ese día. Si su
sueño era correcto, aquel niño era algún familiar del Rey. En su sueño los dos
se iban juntos cuando el fuego empezó. El Rey también estaba ese día allí
para proteger la aldea. Tenían suerte de tener un Rey tan fuerte que incluso
enviaba a sus propios hijos en busca de una bestia tan temible. Se decía que ya
había perdido a todos sus hijos y que solo le quedaba Arlen, su hijo menor. Y a
pesar de ello, ahí estaba su hijo, intentando proteger el reino.
Las clases empezaron en seguida y la chica
quedo muy sorprendida al ver que su maestro era el mismísimo príncipe
Arlen. Después de todo era algo lógico ya que él era un guerrero muy
fuerte, el salvador del reino. Él era muy amable y siempre estaba
sonriendo, era muy diferente de Fenaquita. Le enseñó a coger la espada
correctamente y a mantener una buena postura de combate.
Por primera vez la joven utilizaba la espada
que el escudero le había dado cuando partieron en busca de la bestia. El
príncipe le enseño varios movimientos y le puso muchos
ejercicios de repetición. En cierta forma, luchar se parecía mucho a
bailar. Ella soñaba con ser bailarina y recorrer el reino con su espectáculo de
danza. Al igual que el baile, la lucha también requería estar en perfecto
estado de forma, aprenderse unos pasos y repetirlos varias veces.
Definitivamente eran dos artes muy parecidas.
Laura aprendió rápidamente las posturas básicas
de la lucha. La espada que le habían dado al inicio del viaje era resistente y
liviana, como si hubiese estado hecha expresamente para ella. Sin embargo,
sentía que el príncipe era muy blando con ella. Ni siquiera habían hecho algún
combate de entrenamiento. La joven se lo había pedido varias veces pero
el príncipe ponía varias excusas hasta que finalmente confeso que no se atrevía
a alzar su espada contra ella por temor a hacerle daño.
-Pelea conmigo—dijo Fenaquita, quien había oído
su conversación.
El corazón de la chica se agitó. De verdad
deseaba aprender, pero que su instructor fuera el escudero la ponía muy
nerviosa. Hace tiempo que había aceptado que sentía cierta atracción por él.
-En guardia—dijo Fenaquita, la clase había
empezado enseguida.
Laura cogió la espada como pudo. Estaba tan
nerviosa que había olvidado todo lo que había aprendido los últimos días. Se
las arreglo como pudo para detener el primer golpe de su instructor. La
expresión del escudero se endureció como si se estuviese enfrentando a su peor
enemigo y la chica empezó a temer por su vida.
Su larga melena negra se alborotó. Laura era
una muchacha muy atractiva. Muy pocas princesas podrían igualar su belleza. Su
piel era como la porcelana y tenía un cuerpo esbelto. Su pelo era largo y liso.
Sus labios eran grandes y su cara delgada. Pero lo más destacable de sus ser
eran sus dos enormes ojos azulados que en estos momentos miraban aterrorizados
al escudero.
El príncipe hizo un amague de interrumpir el
combate pero la joven lo detuvo con la mano. Recompuso su guardia y lanzo un
golpe feroz contra Fenaquita. El escudero lo esquivo sin problema y le lanzo
una patada que la hizo caer al suelo.
-Ya fuiste demasiado lejos—gritó el príncipe.
-¡No!—continuemos dijo la joven a la vez que se
ponía de pie. No quería decepcionar a Fenaquita, pero sobretodo quería volverse
más fuerte y sentía que ese era el camino correcto.
Habían decidido no avanzar más y acampar
unos días para entrenar. De todas formas la bestia podía estar en
cualquier parte y no tenía sentido seguir adentrándose en el peligroso bosque.
Durante esos días el entrenamiento de Laura continúo y se volvió realmente
duro.
Luchaban durante todo el día ante la
angustiosa mirada del príncipe. Por la noche curaban sus heridas, aunque
la única que salía lastimada era Laura. No eran heridas graves, desde luego
ninguna comparable con la de su hombro. Sin embargo tenía golpes por todo el
cuerpo y pequeñas heridas que el príncipe se esforzaba en curar.
Fenaquita la trataba como un guerrero y no
diferenciaba si era hombre o mujer, humana o bestia. Laura no se sentía triste
sino que se esforzaba por mejorar. Pero a pesar de que había mejorado, nunca
recibía ni una felicitación ni una palabra de apoyo. De hecho, el escudero se
había alejado de ella desde que habían empezado entrenar y parecía que lo hacia
a propósito. Solo le hablaba durante los entrenamientos de forma fría para
decirle que hiciera tal movimiento o tal otro.
-Deja de pensar y ataca, un guerrero que no
para de calcular sus movimientos es un cobarde—grito el feroz instructor.
Laura lanzo un golpe alto que el
escudero tuvo que bloquear con su espada. Su destreza había
mejorado. Su cuerpo estaba balanceado. Fenaquita ya casi no podía
esquivar sus golpes, ahora debía pararlos. Laura había cambiado mucho, tanto en
su aspecto físico como anímico. Por ejemplo, se había cortado un poco el pelo,
ya no le llegaba hasta la cintura. Pero a parte de eso su carácter se había
fortalecido y eso se podía comprobar en su mirada. La lucha entre los dos era
feroz. Sin embargo, la diferencia entre ambos aún era muy grande y tras
intercambiar unos cuantos golpes más, Fenaquita logro derribarla y desarmarla.
El escudero puso su espada en el cuello de la joven y por primera vez desde que
habían empezado a entrenar, temió por su vida.
-¿Qué es eso que veo en tus ojos? ¿Acaso es
miedo? Escúchame atentamente niña, el camino del guerrero es la pasión por la
muerte, ni diez hombres armados pueden detener a una persona con semejante
convicción—dijo el escudero. El príncipe se había puesto de pie con la idea de
parar las cosas pero Fenaquita aparto su espada—hemos terminado por hoy.
El cuello de la chica reflejaba el pequeño
corte que la espada del escudero le había dejado cuando la derribo. Para ser
una espada tan sencilla estaba realmente afilada ya que apenas la había rosado
con ella.
Una tarde fría, mientras Laura y Fenaquita
estaban entrenando, apareció una misteriosa niebla gris que los envolvió. El
príncipe se puso en pie y tomó su lanza. Todos se pusieron en guardia
pues había algo que no era normal en aquel suceso. De repente, de entre la
niebla surgió la figura de una pequeña anciana. Laura bajo su espada pero Arlen
y Fenaquita desconfiaban y se mantuvieron en guardia. Todos en el reino sabían
que en el bosque vivían extrañas criaturas, incluyendo brujas.
La anciana caminaba despacio y apoyada en un
viejo bastón. Llevaba puesta una especie de túnica gris y un misterioso
collar que brillaba con una luz blanca. Su caminar era lento y pausado. Tenía
una larga cabellera blanca y la cara arrugada. Sus cejas eran blancas y
pobladas y sus ojos eran rojos. Claramente no era humana.
El escudero no dudo en atacar, al contrario de
la chica, que se quedo como encantada por aquel suceso.
El príncipe Arlen se
quedo inmóvil como si estuviera viendo un fantasma. Fenaquita se lanzo
con su espada en lo alto pero solo logro dar tres pasos antes de quedarse
totalmente quieto. Había una especie de campo de fuerza que rodeaba a la
anciana, así que el joven se vio obligado a retroceder hasta donde estaba la
chica de ojos azules.
-Que malos modales, ni siquiera un “hola”.
Tampoco habéis dejado que me presente. Mi nombre es Iustus. Tranquilos, podéis
bajar las armas un momento, no he venido a luchar—dijo la anciana con voz
dulce, pero ninguno de los dos jóvenes hizo caso
-Entonces, ¿A qué has venido, bruja? tu
presencia nunca anuncia nada bueno—inquirió el príncipe.
-¿Quieres saber lo que me trajo aquí? Pues fue
la curiosidad. Siempre que oigo que alguien intenta derrotar a aquella bestia
le hago una visita solo por curiosidad. Pero esta vez me he llevado una buena
sorpresa, decidiste venir, a pesar de que tu padre no quería, me pregunto si ya
tomaste una decisión. Yo diría que no y se te está acabando el tiempo—comento
la anciana Iustus.
-¿Conoces a esta bruja?—preguntó el escudero
mirando al príncipe Arlen
-Yo no soy una bruja, pequeño joven, solo soy
un poder de la naturaleza. La razón por la que estoy sorprendida es porque veo
que el miedo, el odio y la duda se han unido para enfrentar a un monstruo que
se alimenta de los malos sentimientos. Tenéis suerte de que aquella bestia no
os haya encontrado porque os habría eliminado sin ningún problema—dijo Iustus
mientras se acercaba cada vez más hacia Laura.
-Tú pareces un ser poderoso, porque no derrotas
tú a la bestia—suplicó Laura.
-Parece que no habéis entendido nada, ¿verdad?
Yo no pertenezco a este mundo y aquella bestia tampoco. Ella no puede hacerme
daño ni yo puedo dañarla. Sería como si el viento se enfrentase al agua. En
este mundo existen dos poderes eternos, la luz y la oscuridad. Yo no soy la
luz, solo soy un representante de la luz al igual que esa bestia solo es un
sustituto de la oscuridad. Aun así, no olvidéis que el poder que mueve y el
movimiento son una sola y la misma cosa—dijo la anciana mirado con dulzura a la
joven.
-No sé si debemos confiar en lo que dice
esta anciana, este bosque está lleno de brujas malvadas todo el mundo lo
sabe—dijo Fenaquita.
-Escuchemos lo que tiene que decir, incluso si
resulta ser una farsante no tenemos nada que perder, pero si resulta que nos
quiere ayudar de verdad tal vez podamos conseguir algo—dijo el príncipe con
tranquilidad y los demás coincidieron con él.
- Muy bien jóvenes, parece que habéis tomado
una decisión así que escuchadme atentamente. Os vais a enfrentar a un ser
terrible y no estáis para nada preparados, sé que pensáis que sí, pero os
equivocáis. Aquella jovencita está muerta de miedo. Uno de vosotros
duda si será capaz de cumplir con su destino y el otro está tan dominado
por el odio que seguramente será el primero en morir—la mirada de la anciana
recorrió los tres rostros de los jóvenes quienes sintieron que les estaba
observando el alma.
-¿Qué propones anciana?—preguntó Fenaquita.
-Definitivamente necesitáis ayuda. Existe en
este mismo bosque un arma que os puede ayudar a nivelar las cosas. Pero está
muy bien custodiada y encontrarla os puede obligar a afrontar un peligro casi
tan grande como pelear con la misma bestia. Sé que lo que os acabo de
decir es terrible pero sin esa arma no tenéis la más mínima oportunidad. Por
supuesto no sois los primeros guerreros a los que envió en busca de esa arma
pero ninguno ha vuelto.
-Nosotros volveremos—dijo Fenaquita con
valentía. El príncipe dudo y Laura empezó a sentir el peso de su misión.
-Veo que no todos pensáis igual pero parece que
la decisión ya está tomada. El sitio está hacia el sur, a dos días a
vuelo de pájaro de aquí. Cuando la vegetación empiece a oscurecer y veáis
árboles pequeños y marchitos sabréis que estáis cerca. Luego encontrareis
un lago que es mitad rojo y en el centro de él a unos diez metros de
profundidad se encuentra el arma. Un último consejo. No importa como hayáis
sido a lo largo de vuestra vida sino lo que decidáis en cada momento, eso
os definirá, porque el pasado ha muerto, lo que importa es como te conduces en
el futuro. El miedo debe dejar paso al valor, la duda a la decisión y el odio
al perdón. Quiero que tengáis en cuenta que la criatura a la que os
enfrentáis no tendrá ninguna compasión ni se detendrá ante nada, pues fue
creado de modo que no temiese a nadie—dijo la anciana mientras se perdía en la
niebla.
Los sueños de la joven volvieron a ser
horribles esa noche y más que sueños parecían recuerdos.
Otra vez veía a la misma niña en el mismo
pueblo. Pero esta vez la escena era macabra desde el principio. Ella se
encontraba en el interior de una humilde casa. Sus padres la abrazaban con
fuerza mientras se escondían en un rincón de la casa. El olor a quemado era
intenso y se mezclaba con otro olor mucho más repugnante que por ese entonces
no conocía pero que ahora identificaba con el repugnante hedor a sangre.
Y de repente, empezaron los gritos.
Ensordecedores gritos de mujeres, hombres y niños. Veía a su madre y a su padre
abrazándola con tanta fuerza que casi podía sentirlo. Entonces el ruido de los
gritos se fue acercando poco a poco y luego se escucho rugido, un ruido que no
podía provenir de ningún ser humano o criatura conocida
Luego la puerta de humilde casa estallo en
pedazos y lo primero que se vio fue una enorme garra marrón, tan grande como la
misma puerta que quedo destrozada.
El corazón de la niña que antes latía
rápidamente ahora casi se había detenido. La silueta de una enorme bestia
se vislumbraba entre el humo. No podía verla con claridad.
-¡corran!—gritó su padre
Pero la bestia lo desgarro cruelmente. La casa
entera se lleno de sangre. Su madre se apresuró a cubrirle los ojos y la cubrió
con su cuerpo. Entonces la niña sintió un intenso dolor en el hombro izquierdo.
Las garras de la bestia habían destrozado el cuerpo de su madre pero gracias a
su protección las garras solo la rozaron. La niña estaba llena de sangre. Se
quedo muy quieta pero sus ojos lloraban casi de forma inconsciente.
La bestia rugió nuevamente y Laura abrió los
ojos de repente. Tenía lágrimas en sus ojos. Sabía que lo que acaba de ver era
un recuerdo real. Estaba recuperando los recuerdos de esa noche y era muy
doloroso. Ese último rugido le helo la sangre. Fue un ruido ensordecedor, aun
estando despierta podía escuchar sus ecos.
Miro a su alrededor necesitaba comprobar que no
estaba sola, en especial busco con la mirada a Fenaquita pero solo vio al
príncipe durmiendo. El escudero estaba a unos diez metros de allí. Tenía su
espada en la mano y estaba practicando. Laura se seco las lágrimas, cogió su
espada y se acercó a él. Entrenaron por lo que quedaba de la noche.
Por el día siguieron su camino. Se dirigieron
hacia el sur tal como la anciana Iustus les había indicado. Poco a poco la
senda se oscurecía. Tenían que llegar a un lago rojo, que imagen más siniestra.
¿De que estaba hecho ese lago y que tipo de arma contenía?
Según avanzaron la vegetación empezó a
oscurecerse y los árboles se hacían cada vez más pequeños hasta que empezaron a
ser solo troncos desgastados y marchitos. Hacía mucho frío y caminaban deprisa.
Había un silencio aterrador. Estaban solos y no parecía posible que
ningún ser vivo pudiese habitar aquel sitio.
Las imágenes vistas en sus sueños
atormentaban a la joven. Sentía escalofríos cada vez que recordaba el rugido de
la bestia. Sentía mucha tristeza por la forma en que sus padres habían muerto,
en especial su madre quien utilizó su propio cuerpo para protegerla. Odiaba a
la bestia, pero sobretodo, la temía.
Finalmente llegaron al lugar. A unos veinte
metros se podía ver el enorme lago rojo brillando ante la luna como un rubí y
el camino que llevaba hasta él estaba cubierto de huesos. El silencio era tan
grande que podía oírse cada uno de los pasos que daban. No se veían
pájaros ni insectos. En el centro del lago había un pequeño islote redondo.
Pero su sorpresa fue mayor al ver que no todo el lago era rojo, solo la mitad.
La otra mitad tenía un agua muy cristalina y se podían ver a los peces saltando
del agua.
A pesar de los huesos no se observaba ninguna
amenaza visible así que los jóvenes avanzaron. En su interior pensaban que
cuando no se tiene nada que perder es el momento de arriesgarlo todo.
Al llegar hasta el lago observaron un mensaje
misterioso escrito en la orilla con un líquido rojo viscoso que forzosamente
debía ser sangre fresca. Parecía como si lo acabaran de escribir y las letras
eran tétricas y retorcidas. Decía: “lo que está en el medio debe participar de
la naturaleza de los dos extremos”.
Los tres jóvenes se miraron desconcertados en
busca de alguna respuesta. Era evidente que debían llegar hasta el islote del
centro y que uno de ellos o los tres debían sumergirse para buscar la valiosa
arma que los ayudaría a en su lucha con la bestia.
Pero no sabían que tan profunda era la laguna y
el único modo de llegar a su centro era nadando. Tras pensarlo unos
minutos, Fenaquita se quito la poca armadura que llevaba y se ató la espada a
la cintura. El príncipe Arlen lo imitó. Laura se quedo quieta sin saber que
hacer pero finalmente descargo el poco equipaje que llevaba y se recogió el
pelo.
-Soy la única que cree que deberíamos analizar
el mensaje que acabamos de leer antes de entrar en este lago—Comentó la chica.
-Esta es una de esas cosas que se
entienden mientras se hacen—contestó secamente el escudero mientras se sumergía
en el lago.
El príncipe lo siguió y finalmente la
joven también se sumergió. Pronto descubrieron que no se trataba de agua. Era
un líquido viscoso y denso con un olor característico que todos conocían. Era
sangre y parecía fresca. Todos estaban aterrorizados, incluso Fenaquita pareció
dudar, pero ya no había vuelta a atrás.
Ya casi habían llegado cuando la chica sintió
que algo le rosaba la pierna. Era algo solido que tenía movimiento propio y que
estaba muy frío. Una extraña sensación recorrió su cuerpo. Al final llegaron al
islote. Era pequeño, apenas cabían los tres. Fenaquita empezó a quitarse la
ropa pero el príncipe lo detuvo con un gesto.
-Yo lo haré—está es mi misión dijo el Príncipe.
-No, recuerda que yo soy el escudero, mi misión
es defenderte—respondió Fenaquita.
-No esta vez—dijo el príncipe mientras se
quitaba la ropa, soltaba las armas y se lanzaba al lago ante la preocupada
mirada de sus compañeros.
El príncipe descendió por la parte del lago
rojo. Era muy oscuro no veía nada pero sentía que el lago estaba lleno de algo
ya que se rosaba constantemente con eso. Era algo frío y estaba por todas
partes. Cuando descendió unos ocho metros dejo de sentir el roce de los objetos
y finalmente pudo ver una luz brillante. Se dirigió hacia esa luz porque,
sin duda debía ser el arma.
Nadar en aquella agua era algo nauseabundo y
costaba contener la respiración. Finalmente llegó al origen de la luz y se
llevó una gran sorpresa al ver que se trataba de un espejo. No tenía tiempo
para pensar, se le estaba acabando el aire así que simplemente cogió el espejo.
El agua empezó a revolverse. Desde arriba el escudero y la chica veían como el
agua se agitaba y se veían olas y burbujas.
Luego algo empezó a asomarse desde dentro del
agua. Fenaquita tomó su espada y Laura lo imito. Pero el que salió del lago fue
el príncipe y en la mano derecha sostenía un pequeño espejo redondo que
brillaba con luz blanca. El escudero corrió a ayudarlo. Ya casi lo había sacado
por completo del agua cuando el príncipe sintió que algo muy frío tocaba su
pierna y Laura soltó un enorme grito.
Era una mano, pero no cualquier mano sino una
mano mortecina y podrida. El escudero logro tirar del príncipe con
suficiente fuerza para liberarlo. Al instante todos tomaron sus armas y se
pusieron unos junto a otros.
De la parte roja del lago empezaron a surgir
decenas de manos y luego tétricos rostros. Eran seres con apariencia humana
pero deformes, pálidos, incompletos, muertos. Sí, eso eran, muertos que
surgían del lago. Su mirada estaba perdida y se dirigía hacia ellos. Y de
repente, empezaron a gritar y a gemir. Enseñaron sus dientes podridos, el hedor
que desprendían era insoportable.
Empezaron a invadir el islote. Sin dudarlo, el
príncipe atravesó el cuerpo de uno de ellos con su lanza, pero para su
sorpresa, no murió, Porque no está muerto lo que puede yacer eternamente.
El príncipe golpeo a aquel ser repugnante y lo
devolvió al lago pero enseguida llegaron muchos otros. Los tres luchaban contra
ellos y les causaban numerosas heridas pero no morían. Solo parecían detenerse
cuando les cortaban la cabeza pero seguían surgiendo más y más como si
fueran infinitos.
-Vámonos de aquí—dijo Fenaquita.
Intentaron cruzar la parte del lago que no era
roja pero no pudieron abandonar el islote. Una especie de barrera
invisible les bloqueó el paso.
-¿Qué sucede, porque no podemos avanzar? Vamos
a morir aquí—dijo Laura aterrorizada mientras golpeaba a una de esas terribles
criaturas, una particularmente horrible a la que le faltaba un ojo y tenía
media mandíbula.
Siguieron luchando durante casi media hora pero
aquellos seres seguían apareciendo.
-El medio debe participar de la naturaleza de
la naturaleza de los dos extremos—dijo el príncipe mirando a sus dos
compañeros—al principio yo tampoco lo entendía hasta que vi el resto el lago.
-Príncipe, no tenemos tiempo para pensar en
eso, ya vienen más monstruos—dijo Fenaquita, quien estaba exhausto.
-No lo comprendéis verdad. La mitad del lago
está muerta y la otra mitad está viva. El centro del lago debe tener esas dos
cualidades. Pero todos nosotros estamos vivos por eso no podemos cruzar a la
otra parte—explicó el príncipe.
-Creo que alcanzo a comprender lo que dices,
pero ¿Qué podemos hacer?—dijo Fenaquita.
-Vosotros nada. Yo debo cumplir con mi destino.
Es mí deber protegeros y proteger a este reino—dijo el príncipe con firmeza.
-¿A qué te refieres?—preguntó Laura con
angustia. Miro a los dos jóvenes pero ninguno le sostuvo la mirada.
-No lo hagas—suplicó el escudero.
-Así debe ser. Pero estoy alegre. Conocí a la
anciana Iustus mucho antes de que partiéramos en busca de la bestia. Ella me
aviso que algo así podría pasar. Mi padre y mi madre se opusieron a que
viniera. Desde que partí tenía una lucha en mi interior. Sufría, no sabía
si podría cumplir con mi misión pero eso terminó. Escuchadme, dentro de un
momento la barrera caerá pero eso no significa que los monstruos se vayan a
detener así que tenéis que huir sin mirar atrás—dijo el príncipe Arlen.
-No entiendo nada—dijo Laura, muy sorprendida.
-Vamos—dijo el escudero tomando a la chica de
la mano. Le dieron la espalda al príncipe. Laura se giro para ver que
sucedía—no mires
Pero la chica no pudo evitar observar como el
príncipe se arrojaba contra su propia lanza quitándose la vida.
-¡No!—gritó la chica, pero el escudero la tomo
de la mano y saltaron al agua. La barrera se había roto.
Laura se giró una vez más y pudo ver como
aquellos muertos vivientes devoraban el cadáver del príncipe. Fue una escena
terrible pero gracias a eso tuvieron tiempo de cruzar el lago y alejarse.
Laura se sentó en una esquina a llorar. Y el
escudero simplemente se recostó en el suelo, estaba exhausto. Prácticamente
tuvo que nadar arrastrando el peso de la chica.
-Este es el fin—dijo Laura—no tiene sentido que
continuemos. Se suponía que él era el guerrero valiente que debía destrozar a
la bestia y no acabar devorado por un cientos de muertos—hay que volver, no
tenemos ninguna oportunidad.
-Vuelve si quieres. No te detendré—dijo el
escudero mientras observaba el pequeño espejo que el príncipe había sacado del
agua. Se suponía que era el arma que les permitiría derrotar a la bestia pero
el escudero se dio cuenta de que no sabía como usarla.
-¿Tú qué harás?—pregunto la joven mientras se
secaba las lágrimas
-Buscaré a la bestia y le arrancaré la cabeza—sentenció
el escudero—tú no estás obligada a seguirme, nunca lo estuviste.
Pero la chica no se movió. No solo porque no
tenía un hogar al que volver sino porque no soportaba la idea de abandonar al
escudero. Hace ya tiempo que había decidido compartir su destino, fuese el que
fuese.
Esa noche los sueños volvieron. Otra vez la
pequeña niña de ojos azules estaba en aquel pueblo en llamas. Estaba cubierta
de sangre y paralizada. Los aldeanos sobrevivientes la miraban sin atreverse a
acercarse. Murmuraban cosas sobre ella. Temían que estuviera maldita, no era
normal que hubiese sobrevivido.
Ni los soldados sobrevivientes se acercaban.
Algunos de ellos desenfundaron sus armas. Uno de ellos tomo una lanza y estaba
dispuesto a arrojarla contra la niña.
Entonces un niño vestido con una pequeña cota
de malla se dirigió hacia la pequeña. Era el mismo niño con el que ella había
estado jugando antes de que el pueblo se incendiara. No podía ver su rostro con
claridad, solo sus ojos oscuros.
-Deténgase su majestad, que alguien proteja al
príncipe Arlen—grito uno de los soldados, pero ninguno hizo nada, estaban
dominados por el miedo.
El niño también tenía sangre en su ropa. Aún
llevaba su pequeña espada ceñida a la cintura pero estaba rota. El niño camino
con seguridad hacia donde estaba la niña sin que nadie pudiera impedírselo.
-¿Por qué lloras pequeña niña?—pregunto el
joven de ojos oscuros. Su presencia en aquel lugar, en aquella noche y en medio
de las llamas que quemaban la aldea era todo un misterio.
-El monstruo…., el monstruo—susurro la niña.
Tenía la cara sucia por el humo y un rasguño poco profundo hecho por unas
garras en el hombro izquierdo. Sus enormes ojos azules tenían un brillo
misterioso en la oscuridad que rivalizaba con el de la luna—el monstruo, ha
matado a mis padres—dijo la niña entre lágrimas.
Laura recordaba esta escena. Pero no tan
detalladamente. Se entristeció mucho más al darse cuenta que aquel niño que la
había rescatado esa noche era el mismo príncipe Arlen que acababa de morir para
salvarles la vida. Otra vez la había rescatado
Siempre recurría a ese recuerdo cuando se
sentía triste. Quizás por eso había soñado con él esa noche. Pero ahora ese
recuerdo tendría un nuevo significado, uno macabro. No podía sacarse de la
cabeza la imagen del príncipe siendo devorado por los muertos.
La mañana llegó pero en el bosque aún reinaba
la oscuridad. Aunque el rostro de Fenaquita no expresaba ninguna emoción, la
chica sabía que la muerte del príncipe Arlen lo había afectado. Ahora tendrían
que enfrentar a la bestia ellos dos solos. Al menos tenían el arma que la
anciana Iustus les había enviado a buscar.
Fenaquita examinaba el espejo palmo a palmo y
cada vez quedaba más claro que no se trataba de un arma. Debía ser algún tipo
de artilugio mágico. Quizás la bruja era una impostora y los había enviado a la
muerte. Si ese era el caso tendría que matarla a ella también después de matar
a la bestia.
-Es divertido observar como juegas con ese
espejo. Es como ver a un simio jugando con un libro—dijo la voz desgastada de
la anciana.
-¡Tu, maldita! Nos enviaste a la muerte. Por tu
culpa Arlen murió ¿y todo para qué? Para conseguir este espejo inservible,
debería matarte ahora mismo.
-¿Arlen ha muerto? Basta de decir eso. No ves
lo asustada que está la chica, de verdad es necesario que continúe esta
mentira—replicó la anciana.
-¿Qué mentira?—preguntó ansiosa la chica— ¿Es
que acaso el príncipe Arlen no murió? No puede ser, yo vi como devoraban su
cadáver.
-Bueno, supongo que en la inmensidad del
tiempo, todos estamos muertos. Os dije que la misión sería peligrosa. El éxito
dependía de que aquel joven aceptara su destino. Pero no murió en vano y ese
espejo no es tan inútil como piensas. Pero basta de palabras, es mejor que lo
veáis vosotros mismos—dijo la anciana.
Iustus levantó una de sus arrugadas manos e
hizo que el espejo flotara en el aire y empezara a brillar con una luz blanca
intensa.
-Lo importante es lo que hay dentro de él. Es
una guía, os enseñará la verdad y la verdad os hará libres. El mal teme la
verdad pues ésta lo saca de su oscuridad y lo expone ante todos. Eso es lo que
necesitáis, los dos—dijo la anciana, luego la luz se hizo más intensa y cegó a
los dos jóvenes.
Cuando por fin pudieron abrir los ojos se
encontraba en otra parte muy diferente al bosque. Era una aldea grande y podía
verse el castillo del Rey a lo lejos.
-¿Dónde estamos, a donde nos has traído
bruja?—preguntó el escudero.
-Este es el espejo de la sabiduría—dijo la
anciana a la vez que sostenía el diminuto espejo brillante—guarda el valioso
conocimiento del pasado. Necesitaba este espejo para poder daros el arma que
necesitáis, la verdad.
-Si sabías donde estaba y eres tan poderosa y
sabia, entonces ¿Por qué no fuiste tu en su búsqueda? por tu culpa mi amigo
murió, nos enviaste a la muerte—dijo Fenaquita exaltado.
-Tú no escuchas cuando te hablo, ¿verdad joven?
Yo no pertenezco a este mundo y no puedo interactuar físicamente con él. Para
sacar el espejo había que hacer un sacrificio que yo no puedo ofrecer—explicó
la anciana Iustus.
-Pero al menos podrías habernos avisado. Si lo
hubiéramos sabido no habríamos ido allí y él viviría todavía—dijo Fenaquita
enfadado mientras Laura se secaba las lágrimas mientras recordaba la terrible
muerte del príncipe.
-¿Cómo sabes que no le avise? Venid conmigo,
hay algo que debo enseñaros—dijo Iustus mientras se dirigía a una humilde casa
de la aldea.
El escudero y la chica siguieron a la anciana
de forma instintiva. Según se adentraban en el pueblo más familiar le parecía.
El escudero reconoció la casa enseguida, mientras que Laura no sabía lo que
estaba ocurriendo.
Entraron en la casucha. Era igual de humilde
que la casa en la que vivía Laura. Dentro se encontraban dos ancianos de
pie que aferraban la espalda de una persona conocida, el príncipe Arlen. Frente
a ellos se encontraba la anciana Iustus pero iba vestida de forma diferente. Su
túnica no era gris sino blanca.
-No quiero que vaya, es muy peligroso, incluso
para el mejor escudero de este reino—dijo el anciano mayor que le aferraba su
hombro izquierdo con fuerza.
Laura y Fenaquita observaban la escena desde la
puerta junto con Iustus. Parecía que su presencia pasaba desapercibido. La
chica estaba muy confundida, parecía uno de sus sueños en los que observaba
todo pero no podía hacer nada para cambiar lo que veía. Entonces, lo
comprendió. Era un recuerdo. Iustus lo había dicho, “el espejo guarda el
conocimiento del pasado”.
-Necesito hablar con su hijo a solas—dijo la
Iustus de la túnica blanca.
El príncipe Arlen les hizo un gesto a sus
padres quienes salieron de la casa con un gesto preocupado. Pasaron al lado de
Fenaquita y de Laura pero no notaron nada.
-Estoy decidido a acompañar a mi príncipe en
ese viaje, sin importar lo peligroso que sea. Yo soy su escudero, lo seguiré a
cualquier final—dijo el joven
-Si vas a ese viaje tendrás que elegir entre tu
vida y la vida del príncipe—dijo la Iustus del pasado hablando con seriedad,
algo que no era normal en ella—en otras palabras, si tu no mueres él morirá.
Pero incluso si das tu vida por salvarlo, no existe ninguna garantía de que él
sobreviva a su misión—sentenció la anciana.
-¿Por qué me dices esto? Antes de que lo
dijeras tenía claro que lo acompañaría pero ahora me han invadido las dudas.
Eres como los cuervos que vuelan del campanario, tu presencia solo anuncia la
destrucción—dijo el joven.
-Hay una diferencia muy grande entre
morir y elegir morir, sobretodo en el mundo de la magia. Además mereces
saber a lo que te enfrentas. Puedes ir y morir sin que tu muerte tenga ningún
valor ni trascendencia o puedes morir sabiendo que tu muerte puede contribuir
de alguna forma a salvar este reino. La decisión siempre será tuya—dijo la
anciana mientras salía de la casa—una cosa más. También necesitaréis que la
chica os acompañe, tú ya sabes a quien me refiero. Es fundamental que ella
venga si queréis tener alguna oportunidad de ganar. Al salir dirigió una
sonrisa misteriosa a Laura, como si se percatase de su presencia.
-Pero él no lo permitirá, no la expondrá a ese
peligro—replicó el joven
-Lo dejo en tus manos—dijo Iustus mientras
desaparecía.
Los padres del joven volvieron a entrar a la
casa y lo abrazaron con fuerza mientras la escena se difuminaba y la chica y
Fenaquita eran transportados a otro lugar.
-¿Qué significa esto?—preguntó Laura— ¿Qué
hacia Arlen en aquella casa y porqué dijo que era el escudero del príncipe?
Pero no hicieron falta las explicaciones. Esta
vez se encontraban en el castillo. Era grande y majestuoso. Estaban en lo que
parecía ser la sala del trono. Allí estaban dos jóvenes que la chica reconoció
en seguida. Se trataba de Arlen y Fenaquita pero iban vestidos de forma
extraña. Fenaquita llevaba puesto un lujoso traje de seda morado y una
corona dorada mientras que Arlen iba vestido de forma sencilla, como un soldado
pero sin armadura.
-No hace falta que vengas William—dijo el joven
que vestía el traje morado.
-Pero príncipe Arlen, yo soy su escudero, no
puedo simplemente dejar que se enfrente a esto usted solo. Además, se dice que
la bestia gusta de la sangre real más que nada en el mundo, yo podría serle de
mucha utilidad—dijo el joven vestido de soldado y que al parecer se llamaba
William
-No es que no aprecié tu ayuda, pero no veo
cómo podrías ayudarme y no quiero que arriesgues tu vida en vano, tus padres no
me perdonarían—dijo el joven que llevaba la corona y que era el
verdadero príncipe Arlen.
-Yo soy un escudero de este reino y mis padres
lo saben. Yo sé como podría ayudarlo su majestad. Haré lo que mejor sé. Me
convertiré en su escudo. La bestia busca el príncipe, así que yo me vestiré
como príncipe y fingiré ser usted. Así, cuando esté atacándome a mí usted podrá
matarlo por la espalda, no le parece genial—dijo el joven con una enorme
sonrisa.
-No creo que sea tan sencillo, mi viejo amigo
pero cualquier ayuda nos vendrá bien. De acuerdo. Te prestaré mi mejor
armadura. Sí de verdad quieres fingir que soy yo debes lucir genial—dijo el
joven de la túnica morada y los dos jóvenes rieron.
-Por cierto, ella debe acompañarnos, la necesitamos—dijo
el escudero.
-No. No podemos pedirle que se exponga a tanto
peligro, ya ha sufrido demasiado—replicó el príncipe Arlen.
-Sin ella no podremos encontrar a la bestia.
Mira, no la vamos a obligar, solo hablemos con ella. Le explicaremos la situación
y que ella decida. Si tuvieras una oportunidad de vengarte de la bestia que
mato a tus padres ¿No quisieras al menos que te dieran la oportunidad de
hacerlo?
-Supongo que tienes razón, pero espero que no
quiera venir—sentenció el joven—en caso de que acepte, le darás mi espada—dijo
El príncipe mientras desenfundaba el arma que llevaba pegada al cinto y se la
daba a su escudero—es la mejor espada de este reino. Con esta espada tendrá más
posibilidades. Esto la protegerá, si hace falta, yo mismo le enseñaré a
utilizarla.
La escena se desvaneció nuevamente. Laura
estaba totalmente sorprendida de lo que acaba de ver. Era demasiada información
para procesar. Entendía el valor y la determinación que demostró el verdadero
escudero a la hora de sacrificarse. Se sintió mucho mejor respecto a su muerte,
realmente era un soldado valiente ojalá ella tuviese semejante valor.
Pero esa revelación tenía muchas otras
consecuencias. Para empezar, que el niño de aquella noche era Fenaquita, es
decir, el príncipe Arlen. Por eso sentía aquella extraña atracción por él. Sus
ojos le hacían revivir aquel recuerdo que le dio fuerzas por tantos años. Se
sentía mejor en muchos sentidos, pero ni siquiera se atrevía a mirar a los ojos
al príncipe Arlen. Sin embargo, no había tiempo para sentirse incomoda.
Nuevamente habían cambiado de escenario y esta vez lo conocía muy bien.
Estaban en su aldea tal como la recordaba hace
trece años. El fuego ya había empezado. Vio como la figura del Rey se acerba
junto con varios soldados. Llevaba de la mano a un niño vestido con una pequeña
cota de malla. Conocía a aquel niño pero ahora podía ver su rostro con
claridad. Ojos oscuros, pelo negro y su piel era de color canela. No había
duda, era Fenaquita, es decir, el príncipe Arlen, el real.
-Sigámoslos—dijo la anciana Iustus
Corrieron tras ellos y Laura observo que
la cara del príncipe Arlen mostraba preocupación y tal vez miedo de su pasado,
algo que nunca creyó ver en alguien tan valiente y fuerte.
Finalmente llegaron al centro de la aldea. Se
oían terribles rugidos acercándose y el humo del fuego empezaba a
inundarlo todo. Los soldados miraban a todas partes. El Rey había desenfundado
su espada y el pequeño Arlen lo había imitado. A unos diez metros pudieron
observar como el techo de una casa volaba en pedazos. Tal desastre solo lo
podía causar la bestia. El Rey miró a sus soldados. Luego miró al pequeño niño
y por un instante dudo.
-Soldados, recorran la aldea y ayuden a
todo aquel que lo necesite. Hagan lo que puedan para apagar las llamas—dijo el
Rey. Los soldados obedecieron. El Rey volvió a mirar al pequeño niño y
nuevamente dudo—esperen—dijo el Rey mirando a los soldados—hijo mío, pequeño
Arlen, a donde voy no puedes acompañarme. Ve con los soldados y ayuda a tu
pueblo en lo que puedas—dijo el monarca mientras acariciaba con ternura la
cabeza del niño—soldados, protéjanlo con su vida—dijo mientras se iba en busca
de la bestia.
La anciana y los dos jóvenes observaron como el
niño miraba con tristeza la partida de su padre mientras los soldados lo
rodeaban para protegerlo tal como había ordenado el Rey.
-Sigamos viendo—dijo la anciana Iustus, pero el
príncipe Arlen no se movió—debes verlo muchacho. Has huido de esto mucho tiempo
y debes saber a que te enfrentas—arengado por las palabras de Iustus, el joven
la siguió.
Alcanzaron al Rey quien había llegado a la casa
cuyo techo voló en pedazos. Cualquier criatura que hubiese hecho eso poseía
mucha más fuerza de la que cualquier otro hombre poseerá jamás.
De repente una enorme bestia salió de entre el
humo y lanzo al Rey un terrible golpe con una de sus enormes garras. El monarca
de las arreglo para esquivar el golpe que impacto finalmente contra una casa,
destrozándola por completo.
Por primera vez Laura logró ver a la bestia con
total claridad. Era mucho más espantosa de lo que imaginaba. Media unos tres
metros y era totalmente peluda. Sus brazos eran largos y gruesos como el
tronco de un árbol y sus garras eran largas y afiladas como espadas. Su rostro
era grotesco y sus ojos eran rojos y enormes. Cuatro enormes colmillos
sobresalían de su boca y su nariz era como la de un oso pero más grande. Su
pelaje era marrón y tenía dos enormes piernas musculosas que acababan con
garras en los pies. Un ser así solo podía venir del infierno. La bestia rugió y
el ruido fue ensordecedor pero no intimido lo más mínimo al monarca que
sostenía su larga espada de hoja roja.
-Vaya, eres toda una pieza de maestro.
Demasiado tiempo has atacado a mi reino. Eres fuerte pero tu poder se
convertirá en una llama ardiendo en el infierno—dijo el Rey mientras se lanzaba
con la enorme espada en alto.
Logró asestarle un golpe en el costado
izquierdo. La bestia profirió un sonoro quejido y de la herida brotó un
líquido de color negro y viscoso, el equivalente a la sangre humana. Ese
líquido mancho la armadura del Rey.
La bestia se enfureció y con un rápido
movimiento golpeó al monarca con su antebrazo. El Rey de armadura dorada fue
arrojado unos diez metros de distancia. La armadura detuvo gran parte del golpe
y gracias a eso pudo sobrevivir pero estaba muy golpeado y le costó mucho
ponerse de pie.
Apenas se había puesto de pie cuando la terrible
bestia se arrojó sobre él semejante a un toro. El Rey saco un puñal largo de su
espalda y lo lanzo contra el monstruo acertándole en el ojo izquierdo. Aun así
la bestia no se detuvo y el monarca con un rápido movimiento logro evadir el
impacto por pocos segundos.
Era una batalla desigual y terrible. La bestia
sangraba por el ojo y por el costado pero esas heridas no parecían
afectarle lo más mínimo. Por su parte, al Rey le costaba moverse cada vez más.
Debía tener unas cuantas costillas rotas. Cada movimiento que hacia era
agotador y doloroso.
-Creó que me estoy haciendo viejo—dijo el
monarca pero la bestia no razonaba así que solamente soltó uno de sus terribles
rugidos.
Laura y el príncipe Arlen miraban impactados la
terrible lucha casi al lado de los contrincantes. En más de una ocasión la
bestia estuvo solo a un palmo de ellos y pudieron observar muy de cerca el
espantoso rostro del monstruo.
Era el combate más terrible que habían
presenciado en su vida. Incluso el príncipe estaba sorprendido por la habilidad
de su padre e increíble fuerza del demonio.
Los dos contrincantes se miraron por largo
tiempo sin decidirse a atacar. Estaba claro que el próximo ataque seria el
último. El Rey empuñó su espada con las dos manos y la puso en posición
horizontal. Se veía grandioso, semejante al sol. La bestia rugió y enseñó los
dientes, era una criatura infernal. No parecía tener control de su fuerza pero
era cautelosa, tenía dos heridas que no dejaban de sangrar. Descubrió que su
oponente estaba a su altura.
El sol estaba a punto de ponerse y el último de
sus destellos hizo brillar la armadura del Rey y el brillo cegó por un
instante el único ojo de la bestia. Aprovechando ese terrible descuido, el Rey
utilizo lo que le quedaba de fuerza y se abalanzo hacia el monstruo con una
rapidez insólita teniendo en cuenta sus heridas.
La hoja roja de la espada del Rey se acercó a
su objetivo pero la enceguecida bestia alargo una de sus garras con una rapidez
sorprendente y estas se clavaron en el estomago del Rey, una herida mortal. Con
su último aliento el Rey acertó un golpe mortal al cuello de la bestia
decapitándola.
Al instante el cuerpo de la bestia cayó
pesadamente en el suelo y su sangre formo un repugnante charco negro y viscoso.
De repente, del cuerpo de la bestia empezó a brotar un misterioso humo negro.
El Rey cayó al suelo de rodillas. Se toco la herida del estomago con la mano.
Estaba perdiendo mucha sangre y moriría en pocos segundos.
Al Rey le costaba respirar y los ojos se le
nublaban. Entonces, aquel humo negro que había brotado del cuerpo de la bestia
rodeo al Rey y luego se metió por su boca. Aquel suceso inesperado tuvo grandes
consecuencias. Las heridas del Rey sanaron al instante y el monarca pudo
ponerse en pie. Y luego se escucho una voz etérea que no provenía de
ninguna parte.
-Esta vez venciste a la bestia pero podrías
haber muerto. No será la última criatura que venga a amenazar a tu pueblo pero
ya no cuentas con la fuerza necesaria para defenderlo ¿No desearías ser más
fuerte?—dijo la voz y el Rey pareció dudar.
-Más poder—dijo el Rey mientras en sus ojos
podía verse un destello rojo.
-Sí, más poder. Si eres más fuerte podrás
proteger a tu reino y sobretodo, a tu hijo—esas últimas palabras doblegaron la
voluntad del Rey y cedió a la oscuridad.
Ante los ojos del príncipe Arlen y de Laura, el
Rey se transformó en una enorme bestia similar a la que yacía muerta en el
suelo. Su armadura se volvió negra y se ensancho. Su espada se fusionó con su
brazo y se transformó en una enorme mano con larguísimas garras rojas y
afiladas. La corona se adhirió a su cabeza y se transformó en unos
espantosos cuernos. El monarca aumento de tamaño hasta alcanzar unos cuatro
metros. Se había transformado en una bestia aún más terrible que la que yacía
muerta en el piso.
La bestia empezó a destruir las casas de
alrededor. Entonces llegaron varios soldados y entre ellos estaba el pequeño
príncipe Arlen quien observó a la bestia con una mezcla de temor y
curiosidad. Los soldados estaban aterrados pero ese sentimiento no los
atormento mucho tiempo ya que diez segundos después la bestia los había
despedazado a todos.
El enorme monstruo se acercó al niño y alzo una
de sus terribles garras de forma amenazadora. El niño desenfundo su espada y le
acertó un golpe en el brazo derecho y le causo una pequeña herida pero la
espada se rompió a la vez que la sngre de la bestia manchaba la cota de malla
del pequeño principe Arlen. La bestia miró nuevamente al niño y sus ojos rojos
se llenaron de duda
El monstruo lo miro largamente sin decidirse y
finalmente paso por su lado sin hacerle nada.
-¡No! Tú tenías que protegernos—gritó el
Príncipe mientras intentaba atravesar a la bestia con su espada pero el golpe
la traspaso como si se tratase de un fantasma. Derrotado, el Príncipe
Arlen se tiró al suelo y sus ojos se llenaron de lágrimas.
-¿Eso crees? No puedes estar más equivocado,
observa—dijo Iustus. El escenario cambio nuevamente.
Esta vez se encontraban en la sala del trono.
Pudieron ver al Rey mientras discutía con una anciana pequeña que llevaba una
túnica gris. No había duda, se trataba de Iustus nuevamente. Al parecer su
participación en esta historia era mayor de la que había revelado.
-Un mal se aproxima a tu Reino y es un peligro
mayor a cualquiera que hayas enfrentado antes o que vayas a enfrentar después.
Debes prepararte—necesitarás algo más que valor, vas a necesitar un
escudo—explicó la Iustus del pasado.
-No temas anciana, mi Reino es famoso por la
elaboración de armas. Fabricaré el escudo más poderoso que haya contemplado el
ojo del hombre. Será poderoso y hermoso, semejante al fuego por su furia y
parecido al cielo por su belleza—dijo el Rey.
-No lo estás entendiendo. El rival al que te
enfrentas es muy poderoso y no solo necesitarás las armas de las que alardeas.
Esa criatura se alimenta de malos sentimientos y de la más mínima duda que haya
en tu corazón. Te tentará y si no tienes un escudo poderoso, caerás y
morirás—dijo la anciana con gesto de preocupación.
-¿Qué clase de escudo puede protegerme de lo
que dices? ¿Dónde podré encontrarlo?—preguntó el Rey.
-Es terriblemente sencillo. Hazte esta
pregunta, ¿Qué es lo que más amas en el mundo? Es aquel chiquillo, tu hijo,
¿Verdad? El día que vayas a enfrentar aquel ser debes llevarte a tu hijo
contigo, él te protegerá. No dudes, el más mínimo temor en tu corazón costará
cientos de vidas—explico la anciana con tranquilidad.
-Pero, mi hijo, mi pobre hijo es muy pequeño
aún. Es verdad que tiene un corazón bravo y que sus ojos han visto lo que puede
hacer una espada pero incluso así, no es más que un niño, no puedo exponerlo,
podría morir—se quejo el Rey y su voz se quebraba por momentos.
-No debo añadir nada más. Eres el Rey de este
Reino, es tú elección—dijo la anciana mientras la escena se difuminaba y
volvían al bosque.
Pero la anciana Iustus ya había desparecido.
Solo estaban ellos dos, la joven y el verdadero príncipe Arlen quien se
encontraba de rodillas. Laura lo abrazo por la espalda y por unos
segundos permanecieron en silencio hasta que un grito rompió el silencio.
-Ah!—se quejó Laura mientras se llevaba la mano
a su hombro izquierdo—mi hombro—gimió la joven—el dolor era insoportable pero
no era real, era solo un recuerdo de aquella noche y un aviso, la señal de que
la bestia estaba muy cerca.
El príncipe se puso en pie y desenfundo su
espada, aun tenía lágrimas en los ojos. Laura logró reponerse y aunque aún
sentía dolor en el hombro, poco a poco descubrió que era algo más mental que
físico y pudo ponerse en pie. A lo lejos empezaron a verse arboles caer
derribados como si fueran naipes. Algo grande se acercaba.
De repente un árbol salió volando hacia ellos.
El príncipe empujo a la joven para alejarla del peligro y ambos lograron evitar
el tronco por centímetros. Pero no hubo tiempo para relajarse, el combate ya
había empezado. En medio de la oscuridad y entre los árboles salió una bestia
de unos cuatro metros que tenía puesta una armadura negra, tenía unas enormes
garras rojas como espadas y unos cuernos largos y fuertes como lanzas.
El príncipe miro a la bestia y no pudo evitar
fijarse en lo mucho que aún tenía ese animal de su padre. La bestia se le
acerco cada vez más pero el príncipe no reaccionaba, estaba como paralizado. Ya
había muy poca distancia entre ambos y el príncipe Arlen estaba inmóvil. La
bestia alzo uno de sus enormes garras rojas y lanzo un terrible golpe.
Un ruido de metal ensordecedor rompió el
silencio sepulcral del bosque. La joven Laura había desenfundado su espada y se
dio cuenta que su hoja no era tan humilde como ella pensaba. No solo había
detenido el golpe de la bestia sino que el animal sangraba por una de sus
garras.
El monstruo se enfureció y empezó a lanzar
golpes letales que la joven apenas podía parar o esquivar. Cualquier otra
espada se habría roto enseguida, pero la suya era una espada especial, el
príncipe se había asegurado de que fuera así.
Laura solo podía defenderse y ya se estaba
cansando. El entrenamiento que el príncipe le Había dado cuando fingía ser el
escudero había mostrado ser muy efectivo pero luchar con un animal tan terrible
era agotador incluso para el guerrero más avezado.
Finalmente uno de los golpes que lanzó la
bestia derribo a la chica que se salvo de morir solamente por la resistencia de
su espada. Pero en ese último ataque su arma había salido volando por el
aire. Estaba desarmada, tirada en el suelo y muy cansada y dolorida como para
moverse. Ya se había resignado a la muerte, pero la bestia no había dado dos
pasos cuando soltó un tremendo rugido de dolor.
El Príncipe Arlen había clavado su espada
en la espalda del monstruo y un chorro negro que oscureció su cota
de malla. Era un golpe mortal, cualquier otro ser habría muerto en pocos
segundos y entre unos dolores terribles. Pero la bestia se volteó aún con la espada
clavada y le acertó un golpe terrible al príncipe desarmándolo y dejando cuatro
enormes marcas de garras en su cota de malla que logro detener en parte
el golpe. Aun así, el príncipe estaba gravemente herido y sangraba.
-¡No!—grito—Laura quien se levanto del
suelo, y con su espada en la mano empezó a atacar a la bestia ferozmente.
Con su primer golpe le abrió el pecho. Luego empezó a herirla mortalmente en
todas partes. Su espada se movía con rapidez, apenas era una mancha en el aire
y la bestia no paraba de rugir de dolor.
El monstruo reacciono e hirió a la joven en una
pierna a la vez que ella lo hería en el hombro derecho. La herida de la joven
era profunda y sangraba. Apenas podía sostenerse en pie. Por otro lado, la
bestia, a pesar de sus heridas seguía siendo igual de rápida y mortal.
Ambos contrincantes eran feroces y se
miraban con odio. El príncipe también se había puesto en pie a pesar de las
heridas y aún sostenía su espada con fuerza. La chica y el joven rodearon
a la bestia. La sangre roja y a negra formaba pequeños charcos por doquier.
Todos estaban alerta y por un momento el
silencio volvió a apoderarse del bosque, hasta que la horrible bestia soltó un
gritó aterrador que les heló el corazón. Olía a muerte y a sangre.
Laura y el príncipe apenas podían sostenerse
en pie. Las heridas eran terribles y estaban agotados. Pero el combate se
decidiría en el próximo ataque. Con ese pensamiento los dos jóvenes
decidieron atacar primero.
Se movían con una velocidad inesperada teniendo
en cuenta su estado. Los dos acertaron sus ataques pero no parecían hacer mella
en la bestia quien se libro de ambos con un rápido movimiento como si se
tratasen de moscas. La bestia se dirigió primero hacia donde se encontraba el
príncipe. Pero no había dado tres pasos cuando el príncipe le arrojo un enorme
cuchillo que tenía guardado en la manga y le acertó en su ojo derecho. Digno
hijo de su padre.
Ya no había tiempo para los sentimientos. No
importaba lo que aquella bestia hubiese sido en el pasado ahora era cuestión de
vida y muerte. El monstruo rugió y se preparo para atacar nuevamente. Pero no
llegó muy lejos. Laura se encontraba detrás de la bestia y blandía su espada
semejante a una llama. Y con un golpe letal de espada decapito al enorme animal
ante la triste mirada del príncipe.
Las heridas de ambos eran mortales y el
príncipe apenas podía mantenerse despierto. Laura cayó al suelo, había perdido
mucha sangre y la muerte la rondaba.
Pero un misterioso humo la invadió como sucedió
en su día con el Rey. La joven se transformó en un ser
aterradoramente hermoso. Aumento de tamaño y sus ojos se veían horriblemente
claros. Su pelo creció de repente. En ambas manos tenían garras enormes y
poderosas. Una armadura azul rodeó todo su cuerpo que además de esbelto se
había vuelto musculoso. Una voz etérea se pudo oír con un tenebroso eco en todo
el bosque.
-El poder es la fuerza que domina la
naturaleza. Ningún ser puede oponerse a ella. ¿No querrías dominar esa
fuerza? Piensa en tus padres, murieron porque eran débiles. No fue culpa de la
bestia, fue culpa de ellos, su debilidad los llevo a la muerte.
-poder—rugió el monstruo con una voz gutural
pero femenina.
Uno de sus brazos se había fusionado con su
espada y se había convertido en un brazo mucho más grande y poderoso que el
otro.
El humo oscuro se estaba apoderando cada vez
más de ella y sus ojos azules se llenaban de la misma oscuridad.
El príncipe logró ponerse en pie y se plantó
frente a Laura. El monstruo rugió en su cara y alzo sus garras para acertar un
golpe. Pero dudaba. Sus ojos se encontraron por largo tiempo y se
escucho nuevamente la voz etérea.
-Mátalo—dijo la voz—su debilidad y la debilidad
de su padre te ha causado mucho dolor. Solo así conseguirás el poder
suficiente.
-Tu poder se convertirá en una llama ardiendo
en el infierno y los poderosos sufrirán poderosos tormentos—dijo Laura y su voz
sonó con su dulzura natural.
El humo negro abandono su cuerpo y recupero su
figura normal. Sus heridas se reabrieron. La joven cayó tendida al suelo y el
príncipe Arlen se arrastró hacia donde estaba. Luego toco sus heridas y
acaricio su rostro con dulzura. Varias lágrimas rodaron por sus mejillas.
Recordó que había hecho lo mismo hace 13 años cuando ambos eran apenas unos
niños. En aquella ocasión ella era un ser muy frágil y delicado y él solo
quería tomarla entre sus brazos y aliviar su dolor, un dolor que él mismo
sentía. En esta ocasión ella se había convertido en una mujer fuerte, más que
cualquier otro guerrero del reino. Había arriesgado su vida por salvarlo, había
derrotado a la bestia devolviéndole la paz a su padre y al reino y él la amaba
por eso.
Deseaba tomarla nuevamente entre sus brazos
como aquella vez y no abandonarla nunca más. Se acordó de como tuvo que
abandonarla cuando era tan solo una niña en manos de aquellos aldeanos. Aquella
vez ni siquiera hubo una despedida. Ella estaba dormida y él la beso suavemente
en su pequeña frente para luego alejarse de ella con la esperanza de verla algún
día.
Ahora la tenía entre sus brazos pero ella
estaba inconsciente y sus heridas eran profundas y graves. El Príncipe también
tenía heridas terribles. La abrazo y luego la beso en la frente como aquella
vez, pero la chica no reaccionó, tal vez ya era demasiado tarde.
-Podría estar equivocada, pero esto no parece
el infierno—dijo la chica mientras habría los ojos con la poca fuerza que aún
tenía. Miró al príncipe con sus enormes ojos azules y le dedicó la más tierna
de sus sonrisas. Gracias a él había encontrado las fuerzas para matar a la
bestia primero y luego para vencer la oscuridad que la invadió. Lo amaba, hace
tiempo que ese sentimiento había iluminado su corazón con tanta fuerza que ni
la misma oscuridad de la noche podría apagar esa luz.
Ambos se miraron y recordaron la primera vez
que se habían visto hace años cuando solo eran unos niños. La determinación del
niño que quería convertirse en guerrero y la alegría de la pequeña niña que
soñaba con ser bailarina y como sus sueños se truncaron ese día. Y ahora, años
después se encontraron de nuevo para darse cuenta que ellos mismos se habían
convertido en su propia familia incluso a pesar de los años que vivieron
separados. Bastaron unos pocos meses para descubrir lo intenso que era su amor,
porque cuando el universo actúa, no le importan las distancias ni las
circunstancias.
Sus terribles heridas parecían condenarlos a
una muerte segura en aquel terrible lugar, pero descubrieron que hasta en el
umbral de la muerte, la vida es maravillosa y que incluso vivir en medio del
dolor tiene su misterioso valor.
De repente una luz azul intensa los rodeo y sus
heridas empezaron a sanar de forma mágica y la anciana Iustus se acercó
caminando hacia ellos. Vestía una maravillosa túnica blanca que parecía brillar
con su propia luz muy diferente a aquella apagada túnica gris.
-Me alegra ver que finalmente te convertiste en
un buen escudo—dijo la anciana mirando al príncipe Arlen—el perdón, el valor y
el amor son sentimientos muy poderosos, mucho más que el poder que aquella
oscuridad ofrecía. De alguna forma todo lo sucedido, lo bueno y lo malo nos ha
traído hasta aquí. Por eso pienso que muchas veces la voluntad celestial
asusta—dijo la anciana mientras desaparecía para siempre entre el espeso
bosque.
El príncipe Arlen y la hermosa Laura volvieron
al reino trayendo a su pueblo toda clase de revelaciones. Durante años se les
ocultó que el Rey había desaparecido porque nadie sabía que se había convertido
en la bestia y para que no cundiera el pánico en todo el reino. Pero el
príncipe había aprendido muy bien la lección. Las mentiras son totalmente
inútiles y la verdad nos libera. El príncipe y su prometida reunieron al pueblo
y les explicaron aldea por aldea todo lo acontecido y esa historia se contó
durante generaciones y sirvió para educar a los niños durante años sobre como
los buenos sentimientos superan con mucho a los malos.
El príncipe y la joven Laura se casaron y
tuvieron dos hermosos hijos, una niña morena con los ojos azules como los de su
madre y un pequeño niño de ojos oscuros y mirada tierna. Al niño lo llamaron
William en honor al hombre más leal de su reino, su escudero, quien dio
su vida para que el príncipe y Laura pudieran continuar su camino y derrotar a
la bestia. Y a la hermosa niña la llamaron Fenaquita.
-¿Crees que Fenaquita es un nombre apropiado
para una princesa?—preguntó el Rey Arlen.
-Es un nombre neutral. Ese es el nombre de la
primera persona a la que amé—contestó la Reina Laura—por cierto, ¿Qué
significa?
-Es el nombre de una piedra preciosa muy bonita
a la que llaman piedra mentirosa porque tiene gran parecido con el cuarzo y la
gente los confunde. Me pareció un nombre muy apropiado teniendo en cuenta las
circunstancias—dijo el Rey Arlen.
-Es el nombre perfecto para nuestra hija,
pues incluso siendo una piedra falsa, su belleza es tan grande que iguala a la
original y nos enseña una valiosa lección, nada puede ser amado sin ser
conocido primero—dijo la princesa mientras sostenía con dulzura a su pequeña
hija y veían como el poderoso sol se ponía por la ventana